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J. L. D. era vicepresidente del Banco Mundial en Washington, donde su mujer también desempeñaba un cargo importante. Ocupado en sus altas responsabilidades, había abandonado toda práctica religiosa. «Para mí, explicó él, Dios estaba en el más allá, en esa tierra de nadie. De todos modos parecía evidente que no se interesaba por nosotros». Sin embargo, un día entendió que perdía lo esencial: «Me era necesario resolver la cuestión de Dios». Su mujer agregó: «Yo también sentía un gran vacío en mi existencia. Los domingos eran particularmente siniestros».
Entonces empezó una búsqueda que duró varios años. Para él fue muy importante el encuentro con un colega, un economista, que por su conducta mostró que tenía una relación viva con Dios. Después de varias conversaciones invitó a la pareja a reunirse con un grupo de cristianos. El llamado del Señor se hizo más apremiante. Luego contó: «Al principio me resistí. Le decía a Dios: –¡Quisiera, mas no me siento capaz!». Pero el domingo de Pascua de 1985, yo, el intelectual acostumbrado a los razonamientos, fui sobrecogido por la presencia de Jesús vivo. Dije: –«¡Gracias Señor! Ahora ocúpate de mi mujer». Pero ya estaba hecho. Los esposos aun se maravillan de que sus conversiones hayan sido simultáneas. Encontraron a Jesús, lo aceptaron como su Señor y su vida experimentó un nuevo comienzo.
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