«Era un día de fiesta cuando mi hermano menor murió de meningitis... en Puerto Rico, mi pueblo natal. Aquel día amargo, como todos los días de miseria de mi infancia, el pueblo gozaba indiferente a nuestro dolor. Nosotros buscamos un carpintero para que hiciera la caja mortuoria, entre serpentinas de risas ajenas. No teníamos dinero, ni estaba el carpintero, [así que mi padre y yo] convertimos muebles y maderos viejos en una rústica caja mortuoria para meter allí a nuestro amado muertecito. Al día siguiente, yo, que era un muchacho casi libertino, ajeno a Cristo y a los problemas del mundo, juré servir a la causa de Dios...»
Así relata en síntesis el Hermano Pablo «una página de tristeza infinita» de su niñez, según el reportero de La Prensa Gráfica de El Salvador que lo entrevistó en 1971 con motivo de su retorno a aquel país en que había vivido veintiún años. El juramento que hace como muchacho aquel día, de servir a la causa de Dios, lo cumple el Hermano Pablo, como nunca antes en los medios de comunicación social, el primero de julio de 1955. Ese día, en la emisora YSU en San Salvador, se transmite su primer programa radial, que a los nueve años se convierte en UN MENSAJE A LA CONCIENCIA.
Pasados ya cincuenta y cinco años desde aquella primera transmisión radial, sigue siendo certero el juicio que emitió ese periodista salvadoreño respecto al Hermano Pablo, cuya «ancha sonrisa fraternal» acompaña a «su palabra de fuego, oro y seda». He aquí el comentario personal que expuso el reportero en La Prensa Gráfica:
«Casi es obvio presentar la figura intelectual y humana de este pastor, ya que nuestro pueblo, al igual que todos los de América, se ha familiarizado con su verbo valiente, esclarecido, vibrante y humano. La ambición, el dolor, la infelicidad, la moral tan desbalanceada en esta época de confusión, la piedad, la angustia, todos los aspectos concernientes al corazón humano torturado por las pasiones, encuentran en la palabra de este pastor el ángulo preciso, el enfoque ajustado, las frases adecuadas y la moraleja convertida en razonada filosofía. Tres minutos son suficientes a este brillante orador sagrado para definir con densidad humana y filosófica su tema, y su enfoque encuadra ajustadamente al pensamiento bíblico, que de esta manera adquiere actualidad eterna. Los tres minutos de UN MENSAJE A LA CONCIENCIA del Hermano Pablo nos acercan cada día más estrechamente al Cristo admirable del Sermón de la Montaña. En sus palabras está siempre Cristo repitiéndonos: “Yo soy la resurrección. Yo soy el camino. Yo soy la verdad. ¡Seguidme!”»1
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