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Vivir y Morir en la Fe para ESCUCHAR ...haga clic aquí...
Rosa tenía 93 años. Era ciega y a cada paso que daba perdía el equilibrio, era tan dependiente de los demás que ya no podían dejarla más en casa. En la pequeña ciudad donde había pasado toda su vida no había lugar para ella ni en el hospital ni en el hogar de ancianos.
Era necesario buscar en otra parte. ¡Otra parte! Esta expresión suscitaba muchas inquietudes. Sin embargo la enferma permanecía apacible y confiando en ese Dios que la había socorrido hasta entonces. No decía nada, pero parecía haber recibido la respuesta al problema que atormentaba a los demás y que no sabían cómo resolver.
La respuesta no tardó. Un domingo por la mañana Rosa se durmió apaciblemente. Dejando su cuerpo inerte, silenciosamente, su espíritu se fue hacia Jesús. El mundo ya no tenía lugar para ella, pero Jesús su Salvador tenía uno junto a Él.
No piense, querido lector, que se trata de un caso excepcional. Aunque los sufrimientos no siempre les sean ahorrados a los creyentes a la hora de la muerte, es el feliz fin de la vida de todos aquellos que pusieron su confianza en Jesús, su Salvador. No aplace la salvación de su alma; mañana podría ser demasiado tarde. No hay nada que permita prever ese momento solemne en que el espíritu dejará el cuerpo.
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