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Para orar verdaderamente es necesario conocer a Dios y su gracia. Es lógico que oremos por las necesidades de aquellos a quienes amamos, por nuestros allegados y por nosotros mismos. El campo de nuestras súplicas se amplía si pensamos en tantos cristianos que carecen de lo necesario o que sufren persecuciones. ¡Cómo no conmovernos en presencia de los sufrimientos que padecen tantas personas, estén cerca o lejos! Aun muchos de nuestros conciudadanos, que nos dan la sensación de estar saciados, tienen una urgente necesidad de conocer al Salvador.
La Palabra de Dios nos invita a orar e interceder por todos los hombres. Así lo hacía una cristiana anciana que estaba enferma; hallándose en cama desde hacía meses, se dedicaba a la oración. A menudo, cuando tenía visitas, la conversación giraba en torno a los tiempos difíciles y la necesidad de poner la confianza en Dios. La enferma invitaba a los visitantes cristianos a reflexionar en lo siguiente: –Es necesario orar por los que no lo hacen y agradecer a Dios en su lugar por las bondades que reciben de Él con demasiada ingratitud.
¡Es necesario orar por los que no saben hacerlo! Pensemos en ellos, nosotros que conocemos el amor de Dios tal como Jesús nos lo reveló. “La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16).
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