«En la estación había mucha gente esperando....
»[Ana y José] subieron [al autobús]... ante el grupo de gente que entre gritos y empujones trataban de subirse....
»—¿Qué se le va a hacer? —[dijo] José... —. Nunca he podido irme sentado; siempre que pasa por aquí viene lleno.
»Por una ventanilla del autobús, que aún seguía detenido, apareció el ayudante que, mientras señalaba, gritó:
»—¡Hey! Ese chavo de camisa azul, ¡córrase... córrase!...
»Un señor trataba de irse al fondo. Caminó por donde Ana y José, luego donde una señora, a la que sin intención machucó. La señora dio un brinco y, en voz muy alta, dijo:
»—...El de abajo es el mío, fíjese...
»—Disculpe, no fue mi intención —respondió el señor, muy apenado....
»—¡Vámonos, que ya es tarde! —gritó alguien desde los últimos asientos.
»—Si se quieren ir, ¡córranse, pues! —gritó el ayudante desde afuera....
»[Luego, dirigiéndose al conductor, dijo:]
»—¡Hey, apagá... que esta gente no se quiere correr!...
»Éste apagó el bus y, [mientras miraba por el retrovisor y encendía un cigarrillo, amenazó]:
»—¡Se corren... o aquí vamos a amanecer!... Yo no tengo urgencia....
»La gente iba muy apretada; algunos colgaban de la puerta del autobús. El conductor dio unas instrucciones más, luego encendió el motor.
»—Vaya, dale, vos, ponele que ahí viene la siete cuarenta y cinco —gritó el cobrador.
»Empezaron a avanzar lentamente. Otro autobús se aproximaba a la estación....
»... Un joven de camisa blanca y corbata negra..., muy asustado, miró a la señora que iba a la par, y dijo:
»—Por favor, doña, agarre esa gallina, que me va picoteando.
»La señora, sin decir palabra, cumplió la petición....
»—¡Próxima, próxima! —gritaba un señor que venía al fondo—. ¡Próxima! ¿Para dónde... me llevas?
»El autobús se detuvo tres cuadras después de la estación.
»—¡Bájele... bájele: Pasaje, pasaje en mano el que baja!
»—... ¿Querés que pague? ¿Acaso yo me bajaba aquí?...
»El cobrador sonaba unas monedas.
»—¡Pasaje! —dijo a uno que venía colgado de la puerta.
»—...Esperate... ¡Vos querés que me mate por veinte centavos!...
»—¡Pasaje! —dijo a una señora que venía de pie.
»—No... te debería... pagar —[contestó] ella—; ¡tanto que se tardan y una aquí como idiota viene parada!
»—¿Y acaso es el asiento el que paga? Se paga el viaje, pero no el asiento —contestó algo molesto.
»[En eso] llegaron a la siguiente estación....»1
¡Con ese viaje en autobús sí que nos identificamos muchos de nosotros, sobre todo los que vivimos en una de las metrópolis de nuestra querida Iberoamérica! Quien la relata es el autor hondureño Roberto Quesada, en su obra de cuentos titulada El desertor.
Menos mal que Jesucristo, el Conductor divino, al morir en la cruz por nuestros pecados, pagó tanto el viaje como el asiento de cada uno de los pasajeros que vamos con Él rumbo a la vida eterna por el camino de la vida plena.2 Pero conste que Él nos advierte en la Biblia, su Guía de Transporte, que es angosto el camino que conduce a esa vida, y que son pocos los que la encuentran.3 Más vale, entonces, que abordemos ese autobús cuanto antes, para que podamos comenzar de una vez a disfrutar de ese viaje sin igual con destino a la estación final.
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