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Desde hacía algunos meses Norberto y Ana se interesaban por el Evangelio. Asistían a reuniones cristianas y leían la Biblia. Pasado un tiempo comprendieron que debían tomar una decisión. Norberto aceptó el Evangelio. Ana estaba inquieta y vacilante; temía las consecuencias, como por ejemplo, perder a todos sus amigos. Sin embargo, poco más tarde oyó una vez más el llamado del Señor y finalmente aceptó a Jesucristo como su Salvador personal.
El temor a perder una amistad, un empleo, una actividad favorita puede ser un real obstáculo para acudir a Jesús. ¿Él devastará todo en mi vida? Razonar así es hacer un muy mal cálculo. El Señor no desea empobrecernos, sino enriquecernos de sí mismo. Para esto, primero nos pide que lo recibamos como nuestro Salvador y Maestro. Luego nos conduce con sabiduría y paciencia por el buen camino de la fe. Nos muestra lo que quiere que abandonemos por amor a él y nos da la fuerza para hacerlo. Muy a menudo dirige las circunstancias para ayudarnos. Si sufrimos, sepamos que a continuación vendrá una profunda paz.
A un extranjero que creía en Dios, pero que se inquietaba por la actitud que debía tener cuando estuviese en su país, el profeta Eliseo le dijo estas sencillas palabras: “Ve en paz” (2 Reyes 5:19). Nosotros también, sepamos andar en la paz del Señor, quien es un buen Maestro, un Amo que entregó su vida por nosotros.
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