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Cuando decimos que una persona nacida de nuevo no puede perder su salvación, hablamos de verdaderos cristianos, de los que verdaderamente se han reconocido pecadores perdidos, incapaces de salvarse por sí mismos. Éstos confiaron abiertamente en la gracia de Dios, la única que nos da a conocer el medio divino para castigar el pecado y salvar a los pecadores, es decir, la cruz de Jesucristo.
Pero hay una gran cantidad de gente, mezclada con verdaderos creyentes, que sólo hace profesión de creer. Esas personas participan exteriormente de todos los privilegios de los creyentes, pero en realidad no tienen la vida ni la energía del Espíritu. A veces, antes de morir, se los ve agriarse, quitarse la máscara y manifiestan lo que son en realidad, es decir, ajenos a la vida divina. Estos casos sirven de pretexto para sembrar dudas, sugiriendo que la vida eterna se puede perder.
Los verdaderos creyentes pueden estar tranquilos. Al leer las Sagradas Escrituras con un espíritu sumiso y sin ideas preconcebidas, pronto comprenderán que nuestra salvación, basada en la muerte y resurrección de Cristo, nos es dada una vez para siempre, sin otra condición que la sencilla fe. Serán alentados a vivir como hijos de Dios, conscientes del amor con que son amados, deseando con todo corazón hacer lo que agrada a Dios.
Y si aún así alguien continuase teniendo dudas, le basta escuchar estas palabras del Señor Jesús: “No temas, cree solamente” (Marcos 5:36) y “Mis ovejas oyen mi voz… nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:27- 28).
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