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El 28 de noviembre de 1951 un barco inglés, el Teeswood, fue azotado por una fuerte tempestad debida a un huracán y se quedó varado en un banco de arena cerca de la isla Borkum (Alemania). Era sólo cuestión de tiempo para que el pesado buque se deshiciera en pedazos bajo el mar agitado. En ese grave apuro se transmitió un SOS. Desde la isla se envió rápidamente el «Borkum».
La única posibilidad de salvación de los náufragos era que el «Borkum» pasara cerca del barco encallado y la tripulación inglesa saltara en el debido momento al barco de salvamento. Después de varios arriesgados acercamientos al buque siniestrado, al fin se pudo salvar a 13 tripulantes. A pesar de los alentadores llamados de su capitán, dos de los marineros no se atrevieron a saltar. Vieron cómo los demás saltaban y se salvaban, pero ellos no se decidieron a hacerlo. Una gran ola los arrastró de la cubierta, y pese a la búsqueda, no pudieron ser hallados.
“Sed salvos de esta perversa generación”, había exhortado el apóstol Pedro a sus conciudadanos en otros tiempos. Quien todavía pertenece a este mundo, que desecha a Dios rechazando a su Hijo, se halla bajo la ira de Dios y va al encuentro del juicio eterno (Romanos 1:18). «Déjense salvar», exhorta Dios a todos los seres humanos. Y todo aquel que cree en el Señor Jesús será salvo. No se trata de un salto a lo desconocido, cosa que tendríamos que temer, sino de confiar en el único medio de salvación: Cristo.
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