¿Podemos comprender lo que le costó a nuestro Señor vivir y sufrir 33 años en esta tierra antes de ir a la cruz? Él soportó tentaciones, tuvo hambre y sed, estuvo cansado, fue pobre, etc. No necesitaba padecer todo esto, pero quiso saber por experiencia propia en qué consistía la vida en esta tierra. Fue hecho hombre no sólo para poder morir por nosotros en la cruz, sino para experimentar lo que conmueve nuestros corazones y nuestros sentimientos, para poder compadecerse de nosotros.

       Cuando estamos ante la tumba de un ser querido, cuán consolador es saber que el Señor Jesús también pasó por esta dolorosa circunstancia, cuando Él mismo se hallaba frente al sepulcro de su amigo Lázaro. Asimismo nos comprende cuando lloramos, porque Él derramó lágrimas.

       También sufrió físicamente. Él sabe qué es el dolor. Pensemos en las bofetadas de los alguaciles, los azotes que recibió, la corona de espinas que le pusieron en su cabeza santa, el peso de la cruz con el que tuvo que cargar y en los clavos que traspasaron sus manos y sus pies. El Señor Jesús sufrió indeciblemente en su cuerpo, para poder simpatizar con nosotros.

       Es un pensamiento consolador saber que el Salvador quiso pasar por las circunstancias de la vida y de la muerte, porque me amaba y quería compartir con verdadera simpatía todos los pormenores de mi existencia terrenal. Esto coloca nuestras dificultades bajo una luz muy diferente. ¡Qué amor tan grande, el de nuestro Señor!