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Morir voluntariamente para que personas inocentes mueran… ¡qué crimen atroz es el atentado suicida! El hombre no debe disponer de su vida ni de la de los demás, pues pertenece a Dios. Sólo Él la da y la vuelve a tomar.
Tal comportamiento es el polo opuesto al Evangelio. Desde su gloria, Dios vio el estado de perdición en que los hombres habían caído. Nada le obligaba a ocuparse de ellos, sino el hecho de que su santidad y justicia exigían un juicio justo. Pero Dios es amor y en lugar de condenar quiso salvar. Amó a los hombres de tal manera que envió a su Hijo al mundo para expiar los pecados de todos aquellos que crean en Él. Al entrar en el mundo Jesús dijo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hebreos 10:7). Esta voluntad tenía un doble aspecto: el Dios Salvador quería salvar a los pecadores, y la justicia de Dios exigía un sacrificio.
Cristo mismo se ofreció para ser ese sacrificio. El que era sin pecado cargó con los pecados de todos aquellos que creen en Él; los llevó como si fuesen suyos. Entonces sufrió la ira de Dios. Y por esa ofrenda de sí mismo nos liberó del juicio que merecíamos. Salvó a los que estaban perdidos y dio la vida a aquellos que merecían la muerte. No sólo los liberó “de la potestad de las tinieblas”, sino que también los trasladó “al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:12-13). Desde ahora el creyente tiene una estrecha e indestructible relación con el Hijo de Dios, quien se entregó a sí mismo por Él.
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