«Tuvo varias oportunidades para escaparse, y no lo hizo.
»... Acusado, entre otros delitos comunes, [del homicidio] de Fidel Murillo... la ejecución de la sentencia de muerte contra Victoriano Lorenzo sería cumplida el día 15 de mayo de 1903, a las cinco de la tarde, en la Plaza de Armas de Chiriquí en el Casco Viejo de [la] Ciudad, junto a las Bóvedas.
»Al aproximarse la hora, hombres y mujeres —sobre todo de los sectores más humildes del pueblo— empezaron a congregarse alrededor de la plaza. Se oyeron cinco campanadas de la torre de la iglesia Catedral, no distante de allí. La multitud, silenciosa y atemorizada, [que] parecía como si estuviera a la espera de un milagro, emitió un ligero murmullo al escuchar el redoble de un tambor y luego el compás de una marcha.
»Poco después apareció una escolta de soldados, y en medio de ellos un hombre sereno....
»Al salir a la entrada del cuartel, la escolta se abrió en alas, y él... se dirigió con pasos firmes al patíbulo.
»... Victoriano se quitó el sombrero alón... y tomó posesión del único asiento.
»Un pregonero extendió frente a sí un papel y leyó:
»“Victoriano Lorenzo, natural de Penonomé, y vecino de esta ciudad de Panamá, va a ser ajusticiado por varios crímenes cometidos....
»”Se le concede oportunidad al reo para que diga sus últimas palabras.”
»En medio de un silencio apabullante, la multitud consternada y los policías atemorizados vieron levantarse de la silla a un hombre de expresión triste, pero radiante, quien con penetrante voz... dijo:
«“Señores: Oíd una palabra, una palabra pública; ya sabéis de quién es la palabra. Victoriano Lorenzo muere... A todos los perdono. Yo muero como murió Jesucristo.”
»Dicho esto, volvió a sentarse. Intentaron colocarle una venda negra sobre los ojos, pero él la rechazó. Quería ver la muerte frente a frente —dijo.
»Los doce soldados que componían la escolta avanzaron hasta ponerse frente a él, a cinco pasos.... A lo lejos, el doblar de una campana... tocaba a muerto.
»El jefe de la escolta dio la señal con un pañuelo blanco. Las armas fueron tendidas y, a la orden de fuego, sonó la descarga. En medio del humo se vio a un hombre que se estremecía e inclinaba la cabeza sobre el pecho.
»Y en medio de una cerrada escolta, en una sucia carreta del presidio, fue transportado el cuerpo del General Lorenzo, con destino desconocido.»1
Así narra el premiado cuentista panameño Juan Antonio Gómez, en su obra de cuentos históricos titulada Del tiempo y la memoria, los últimos momentos de la vida del popular General Victoriano Lorenzo. ¡Qué triste que se desconozca el destino del cuerpo de una persona, tal como el de aquel general revolucionario! Gracias a Dios, no hay razón alguna por la que tenga que desconocerse el destino de nuestra alma. Porque Jesucristo, el Hijo de Dios, quien nos dio ejemplo a todos al perdonar a sus verdugos antes de morir,2 dijo que iba a prepararnos una vivienda en el hogar de su Padre, y que va a volver, y quiere llevarnos consigo para que podamos estar con Él allá en el cielo.3 Pero conste que somos nosotros quienes determinamos si ha de ser así, al tomar la decisión de hacernos verdaderos discípulos suyos.
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