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Jehú, jefe militar impetuoso, es ungido rey por el siervo de Eliseo. Por medio de él, Dios había decidido vengar la sangre de sus profetas muertos por la familia real de Acab, en especial por su mujer idólatra Jezabel. 2 Reyes 9 relata la muerte Jezabel y de su hijo Joram.
Jehú, prosiguiendo su misión vengadora, encuentra una tropa de alegres jóvenes que siguen su camino con total despreocupación. Son los cuarenta y dos hermanos (o primos) de Ocozías, el rey de Judá (2 Reyes 10:12-14). Sin sospechar lo que acaba de suceder, van a visitar a la brillante juventud de la familia real del reino de Israel (v. 1-13)… ¡justamente ésa cuyas setenta cabezas en ese mismo momento se juntan en dos montones a la puerta de Jezreel! Pues bien, ¡en la muerte es donde se encontrarán! ¡Cuántos jóvenes sólo piensan en vivir la vida, olvidando que la muerte puede sorprenderlos sin que estén preparados (Eclesiastés 11:9). Sí, cuántos de ellos hallaron esa súbita muerte, por ejemplo, en un accidente automovilístico, mientras corrían a sus placeres.
Otro encuentro más interesante es el de Jonadab, hijo de Recab (2 Reyes 10:15-17). Es un hombre fiel. El capítulo 35 de Jeremías nos cuenta la historia de esa familia. Jehú se vanagloria de su celo por Jehová, luego lo invita a asistir a la masacre de los sacerdotes de Baal. Pero el ardid que emplea en nada es comparable con la escena del Carmelo que había traído de vuelta a Dios el corazón de su pueblo Israel (1 Reyes 18).
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