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«Cuando escuchamos la ley de Moisés, los salmos y los profetas, escritos anteriores a la venida de nuestro Señor Jesucristo, debemos discernir a Cristo en ellos y comprender lo que éstos nos enseñan de él» (Agustín).
«Toda la Escritura está orientada hacia Cristo. El Hijo del Dios viviente, Cristo, es el verdadero núcleo de la Sagrada Escritura… Así la interpretación de la Escritura no debe aislar ciertos pasajes o comprenderlos independientemente de su centro, es decir, de Cristo» (Martín Lutero).
La Biblia no es en sí un libro de historia o de moral, sino la Palabra de Dios. Es el libro mediante el cual Dios revela sus pensamientos, su amor y su proyecto para la humanidad. Todo el plan de Dios tiene como meta destacar la perfección de su Hijo Jesucristo y la grandeza de su obra en la cruz. Leyendo la Escritura somos, pues, inducidos a conocer mejor a esta persona, a Cristo.
Dios se reveló a nosotros a través de Cristo, quien vino como hombre entre los hombres. El amor, la humildad, la santidad, la paciencia, la disponibilidad frente a las necesidades tan variadas de los seres humanos permanecen ligados al Señor Jesús, una persona que sigue estando viva.
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