«Todo estaba moderadamente regularizado en nuestra casa, todo, lo mismo que las comidas. A las doce en punto, ni minuto más ni minuto menos, la sopa en la mesa, y de tal modo que comemos todos los días casi las mismas cosas en el mismo orden y en la misma cantidad. Aborrezco el cambio y lo aborrece Elena. En mi casa se vive al reló1.... Todo iba muy bien y nosotros contentísimos. Ni me turban el sueño llantos de niños, ni tenía que preocuparme de si será varón o hembra y qué he de hacer de él o de ella... Y, además, he tenido siempre a mi mujer a mi disposición, cómodamente, sin estorbos de embarazos ni de lactancias; en fin, ¡un encanto de vida! ... Así han transcurrido estos más de once años, van para doce... Pero ahora... ¿sabes lo que me pasa[, Augusto]?
»—Hombre, [Víctor,] ¿cómo lo he de saber?
»—Pero ¿no sabes lo que me pasa?
»—[¡]... No... has dejado encinta a tu mujer[!] ...
»—Eso, hombre, eso. ¡Figúrate qué desgracia!
»—¿Desgracia? ¿Pues no lo deseasteis tanto...?
»—Sí, al principio, los dos o tres primeros años, poco más. Pero ahora, ahora... Ha vuelto el demonio a casa, han vuelto las disensiones. Y ahora, como antaño cada uno de nosotros culpaba al otro de la esterilidad del lazo, ahora culpa al otro de esto que se nos viene. Y ya empezamos a llamarle... No, no te lo digo...
»—Pues no me lo digas si no quieres.
»—Empezamos a llamarle ¡el intruso! ...
»—¡Qué barbaridad!
»—Sí, tienes razón, una barbaridad. Y ¡adiós regularidad; adiós comodidad, adiós costumbres! ...
»—Pero ¡ella estará gozosísima al sentirse madre!
»—¿Ella? ¡Como yo! Esto es una mala jugada de la Providencia, de la Naturaleza o de quien sea, una burla. Si hubiera venido... el nene o [la] nena, lo que fuere..., si hubiera venido cuando, inocentes tórtolos, llenos, más que de amor paternal, de vanidad, le esperábamos; si hubiera venido cuando creíamos que el no tener hijos era ser menos que otros; si hubiera venido entonces, ¡santo y muy bueno! Pero ¿ahora, ahora? Te digo que esto es una burla.... ¿Te parece bien, al cabo de cerca de doce años, cuando nos iba tan ricamente, cuando estábamos curados de la ridícula vanidad de los recién casados, venirnos esto?»2
Así aborda el genial escritor español Miguel de Unamuno, en su novela titulada Niebla, el tema del embarazo indeseado. Pero conste que no se trata del embarazo de una joven soltera sino de una mujer casada y acostumbrada a las ventajas que ofrece el nido que no exige ningún sacrificio para cuidarse. Es cierto que si un pajarito nunca llegara a ocupar ese nido familiar, entonces no habría de dejar un vació en él algún día. Pero tampoco habría pájaro alguno al cual dejarle ese nido en herencia, ni pájaro procreado que cuidara a sus progenitores en su vejez, ni pajaritos que jugaran con esos pajarracos viejos, que ya no tendrían mayor deleite que cuidar a esos pichoncitos con cierta frecuencia. Por algo será que dijo el sabio Salomón:
Los hijos son una herencia del Señor, los frutos del vientre son una recompensa. Como flechas en las manos del guerrero son los hijos de la juventud. Dichosos los que llenan su aljaba con esta clase de flechas.3
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