Testimonios de una vejez plena
Nacieron antes de que se realizara el primer trasplante de órganos. Tuvieron una infancia sin televisión, y jugaban con las muñecas de trapo y los carritos de rulemanes, en vez de con las Barbies y los autitos a control remoto. En su juventud vieron surgir los primeros videocasetes y escuchaban a Elvis Presley. Ya eran adultos cuando el hombre pisó la Luna y Mirtha Legrand empezaba a almorzar con las estrellas. Hoy, ya entrados en la tercera edad, han aprendido a convivir con nuevas innovaciones como Internet y los teléfonos celulares, y no pierden la capacidad de seguir sorprendiéndose. Sus cuerpos arrugados delatan el paso del tiempo y su memoria se torna cada vez más borrosa, pero ellos lo toman con naturalidad. Han llegado a una etapa en la que disponen de mucho tiempo libre y están dispuestos a aprovecharlo. Cuando se habla de una cuarta edad, ellos son personas que rondan los 80 años, que se esfuerzan por cambiarle la connotación negativa a la palabra viejo, y demostrar que se puede tener una ancianidad plena y feliz.
Vivimos en una cultura que nos está mandando mensajes desde los medios de comunicación, el ámbito laboral, las publicidades e incluso la propia escuela, de que los viejos son inútiles y lentos; en una sociedad que hace culto de la rapidez, el movimiento y la dinámica.
Independientemente de su condición social, o de cuán gastadas estén las suelas de sus zapatos, cada persona encierra un recorrido vital fascinante. En el caso de los adultos mayores, la acumulación de años ayuda a generar un baúl de experiencias invalorables, que pueden ser aprovechadas por toda la sociedad.
En el caso de Orfelina Sandoval, sus 83 años de idas y venidas, de subidas y bajadas, sólo contribuyeron a estimular su espíritu intrépido. Da clases de telar mapuche, participa de numerosos cursos, se ocupa de mantener y refaccionar su casa, y hasta sale a caminar para no perder el ritmo.
A pesar de tener dos fechas de cumpleaños, se da el lujo de no festejar ninguno, porque para ella el tiempo no pasa. Nació el 10 de abril de 1926 en Comayo, provincia de Río Negro, pero su papá la anotó recién el 20 de julio. Hace 16 que vive en el barrio Eva Perón, en Bariloche, y las horas del día no le alcanzan para cumplir con todas sus actividades.
Me levanto a las 6 para que el día me rinda. Tejo un rato en casa y después voy a participar de las actividades de la Fundación Gente Nueva, cuenta esta mujer vivaz, de sonrisa franca y espalda encorvada. Allí, desde hace años, enseña telar mapuche y participa como aprendiz de los talleres de telar tapiz, telar de mesa, bastidores varios y porcelana fría.
A pesar de su edad, no abandona su coquetería y sus ganas de verse bien. A donde voy me dicen que soy muy pituca porque me gusta arreglarme bien, ponerme polleras, y pintarme los labios y las uñas, cuenta con tono pícaro y la sensación de que todavía tiene mucho camino por recorrer.
Como nunca había tenido la oportunidad de ir a la escuela no se quedó con las ganas, y decidió empezar a estudiar de grande. Como no sabía sacar las cuentas me embrollaban. Como tampoco sabía firmar, me daba vergüenza, dice esta madre, abuela y bisabuela. Para poder cumplir con su sueño de terminar la primaria caminó 5 kilómetros durante varios años a otro barrio cercano, donde estudiaba. Hoy siente que tiene más herramientas para desenvolverse en su vida cotidiana y eso le da satisfacción.
Está jubilada, y cobra 1000 pesos por mes, pero sostiene que se las arregla porque gasta poco y hace mucho. Vive sola y eso la obliga a ocuparse de su casa. Hace poco la forró con machimbre, puso los pisos y sacó los escombros. Soy carpintera y lo único que me falta es ser albañil. Lo que no puedo es cargar peso, porque un día me puse a acarrear bloques y me lastimé la columna, dice.
Orfelina forma parte del colectivo de 3.587.620 personas de más de 65 años, según cifras del Censo, que la sociedad se encapricha en llamar abuelitos y mirar de costado.
Los viejos son la única población que proporcionalmente crece en las sociedades actuales, con una expectativa de vida que quieren llevar a los 120 años, y sin embargo existe una representación social deficitaria con respecto a la carga que significa una larga vejez. Durante más de la mitad de la vida humana vamos a ser viejos y la pregunta que surge es ¿cuál es el sentido de vivir más si no es en plenitud.
El censo indica que de esta población, el 70,5% es jubilada o pensionada, el 81,3% tiene obra social o un plan médico, y que la gran mayoría vive con su pareja o algún familiar. En promedio, son más las personas mayores que se encuentran en una mejor situación de vida, porque ahora existen tratamientos que antes no existían, porque la formación de los médicos es mejor y porque los servicios de salud son más adecuados.
Mirar al cielo,
Beatriz Pérez Alzúa está orgullosa de ser patagónica y de sus 80 años. Pasó la mayor parte de su vida en un campo en Cholila y hace diez que se mudó a Esquel para estar más cerca de sus hijos. Siendo patagónica aprendí de todo, a encajarme en la nieve, a trabajar con animales, y eso te templa el carácter, dice esta mujer muy ligada a la montaña y el alpinismo.
Casi por casualidad se anotó en el proyecto El cielo patagónico para los abuelos de Esquel, de la Fundación Educándonos, que consiste en desarrollar un conjunto de actividades relacionadas con la enseñanza de la astronomía, para personas de la tercera edad. A mí siempre me había atraído mirar el cielo. Viviendo en el campo tenía más tiempo y el privilegio de ver todo más nítido, cuenta Neguecha, como la apodan sus amigos.
El proyecto incluye la observación durante dos años del cielo diurno, el cielo nocturno y de la luna. Un aspecto importante de la propuesta es que apunta a que los adultos mayores compartan el proyecto con sus nietos. Cuando se enteró mi hija que yo estaba con esto, mis parientes me pasaban recortes de cosas que salían en el diario o las revistas. También era un tema de conversación con mis nietos, lo que llevó a toda la familia a estar alrededor mío, dice.
Los asistentes se dividen en grupos para medir la luna a las 9 y a las 21, y empiezan a aprender y compartir su pasión por estos fenómenos. Esto nos incentiva a salir a las 9, con frío y escarcha. Nos lleva a compartir, hablar y a hacernos amigos con los cuales ir a tomar el té. Cuando hay equinoccio o solsticio nos reunimos en un asadito y lo medimos, dice esta oriunda de Rawson, nieta de los primeros galeses que llegaron a la zona. El curso lo terminó en 2008, pero sigue yendo como oyente porque quiere continuar aprendiendo.
No se siente limitada por su edad ni tampoco que la traten como si lo estuviera. Por suerte tengo bastante salud y eso me ayuda. He sido deportista y hasta 2008 iba a pileta. Ahora estoy un poco vaga, dice, a la vez que confiesa que todavía no abandona la idea de organizar un viaje a Gales para ubicar el lugar exacto de donde provienen sus ancestros.
Según un estudio realizado por Oddone, a través de un convenio entre Flacso y la Secretaría de Tercera Edad en 2000, que consistió en 1506 entrevistas domiciliarias a personas de más de 60 años, las mujeres declararon, en mayor medida, que cuidan a sus nietos y realizan tareas para el hogar. Por su parte, los hombres son principalmente los que se ocupan de hacer trámites.
Con relación al uso del tiempo libre, los varones manifestaron tener una mayor tendencia a reunirse con amigos, hacer deportes, turismo, a concurrir a los centros de jubilados y desarrollar actividad política. Las mujeres, en cambio, mostraron su preferencia por el cine, el teatro, leer, asistir al culto religioso y las actividades de voluntariado. El 28,4% asiste a instituciones, el 12,4% va regularmente a plazas y el 16,5%, a centros de jubilados.
En cuanto a su lugar en la sociedad, el 60% sostuvo que no sentía tener ninguno. Cuando tuvieron que opinar sobre qué lugar les gustaría ocupar, las respuestas más populares fueron las que apuntaban a poder ser útiles a los demás, servir como guías, consejeros, docentes, ser personas respetadas, integradas a la sociedad, reconocidas, ser parte de la familia para servirles y disfrutarlos.
Marcado por los libros,
Su vida estuvo siempre marcada por los libros, desde que aprendió a leer a los 7 años con la historieta que se publicaba en la contratapa de la revista El Tony, y su cabeza se llenó de letras desordenadas. Durante 64 años fue maestro, director e inspector de escuelas, y aún hoy, a sus 89, sigue leyendo y estudiando filosofía en la Universidad Nacional del Sud, en Bahía Blanca. 'Recién me jubilé en 2004, y si bien al principio extrañaba dar clases, ahora me adecué a un nuevo estilo de vida', dice Américo Mazzucca, quien tiene 3 hijas, que han seguido sus pasos en la docencia.
El es una de las 11.000 personas que asisten a los cursos que la Universidad para Adultos Mayores Integrados (Upami) ofrece para los afiliados al PAMI, en más de 30 universidades de todo el país. La oferta educativa incluye informática, reflexión, literatura, historia, idiomas, teatro, radio, alimentación saludable y periodismo, entre otros.
Tener la oportunidad de ir a la Universidad, lo hizo rejuvenecer y aprender sobre historia, historia de Bahía Blanca, diabetes y filosofía. Este año, los sábados, de 10 a 12, está haciendo la segunda parte del curso de filosofía, al que asiste con sobrado entusiasmo. 'La experiencia para mí fue brillante. Tengo la suerte de encontrar excelentes profesores y hacerme una gran cantidad de amigos, porque soy muy sociable, cuenta este señor que también estudia inglés .
A más tardar a las 7.30 ya está leyendo los diarios, estudiando, y dedica tres horas a contestar sus mails y trabajar en la computadora. Con una de mis hijas que está en Estados Unidos chateamos los jueves y los domingos', dice este abuelo de 3 bisabuelo de 6.
Américo sostiene que sigue haciendo las mismas cosas que venía haciendo, pero sólo un poquito más lento. Tiene la bendición de poder seguir compartiendo su vida con su mujer, Elsa Nélida, y asegura no tener nada de lo cual arrepentirse. La docencia me trajo todas las satisfacciones, no podría pedir más. Tengo una biblioteca muy bien provista, con más libros de los que puedo leer. Pero si me saco la lotería no la desprecio, dice con picardía.
Nani, vos alguna vez fuiste joven?, le preguntó su nieto a Lilian Craveri, dejando en evidencia los contrastes físicos que los separan. Y claro, pensá que él sólo me conoció así, de grande ya, dice Lilian entre risas. Tiene 79 años y en cada gesto se trasluce su filosofía de vida: hacer todo lo que le gusta. En su caso, la lista es de lo más variada y extensa, e incluye ser voluntaria de las Damas Rosadas, dedicarse a la rosicultura y la horticultura, coser, estudiar fotografía, disfrutar de su familia y viajar.
Hago todas estas cosas para mantenerme activa. Además soy muy nerviosa, si no, caminaría por las paredes, cuenta esta mujer que nació en General Pico, La Pampa, pero vivió la mayor parte de su juventud en Baradero, provincia de Buenos Aires. Hoy vive en Palermo con uno de sus hijos, en un piso 22 y con un balcón lleno de plantas y flores.
Recibe a LA NACION en la oficina que las Damas Rosadas tienen en la Maternidad Sardá. Hace más de 26 años que se puso por primera vez su delantal rosa y sus zapatillas blancas, y nunca más los abandonó. Esta organización reúne a 427 voluntarias, que entre otras cosas, acompañan a las familias de los internados, preparan mamaderas para prematuros, realizan prendas para bebes y atienden a niños en su jardín maternal.
En estos años hice un poco de todo: estuve en los consultorios, en las salas de internación, en Neonatología. Fui coordinadora de filial, jefa de día y ahora soy tesorera en la Maternidad Sardá. Lo lindo es estar en el hospital porque es donde tenés más satisfacciones, cuenta con un tono de voz dulce y una sonrisa amplia, la misma que luce cada vez que una persona atraviesa la puerta para hacer una consulta. Cuando viene una mamá que no tiene qué ponerle a su hijito y vos le elegís una batita linda, no tiene precio. También nos pasa que nos tenemos que enfrentar con un montón de situaciones de vida complicadas, y eso muchas veces es difícil de llevar. Pero para eso estamos, dice convencida.
Pero su compromiso no termina en el hospital. Cuando está en su casa aprovecha sus años de ruta con su Overlock, para hacer batas para los bebes de Neonatología y sábanas. Estoy industrializada y corto las telas con una tijera eléctrica. En 3 horas llego a hacer 12 batitas, explica orgullosa.
Una de sus grandes pasiones son las plantas y flores. Por eso se anota en cuanta actividad encuentra. Los viernes voy a un curso de diseño floral en el Botánico y otro sobre ramos de novia, cuenta. Con la Sociedad Argentina de Horticultura, se ha ido de viaje a Marruecos, Estambul, Croacia y Guatemala.
Pocas cosas le producen tanto placer como hacer programas con sus nietos y acompañarlos en su crecimiento. Para un cumpleaños de mi hijo le organizamos un desfile de modas y yo les hice los vestidos a mis nietas. Su próximo proyecto es preparar una celebración especial para sus 80 años, que incluirá a toda su familia. También está por empezar un curso de fotografía, para poder sacarle buenas fotos a las flores, las plantas y su familia.
Lilian se anima a todo, incluso a la computación. Para trabajar acá, las planillas las hago en el Excell. Me regalaron un pen drive y estoy chocha que puedo llevar la información para todos lados. También me manejo mucho con los mails y averiguo cosas por Internet', relata.
No se siente una persona vieja ni le preocupa su edad. Sin embargo, prefiere que la llamen señora en vez de vieja porque le suena peyorativo. Lo único feo de llegar a esta edad es que vas perdiendo a la gente que más queréis, a tus familiares y amigos, concluye.
Desafiando todas las reglas científicas, los viejos están cada vez más jóvenes. Les sobra el tiempo para seguir aprendiendo, haciendo lo que más les gusta, y para pasar sus conocimientos y experiencias a todos aquellos dispuestos a escuchar.
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