En este sentido, es necesario armonizar los ámbitos legal y sociológico. Solamente el enfermo, en caso de que sea plenamente capaz, debe establecer los límites de modo que nunca se debe mentir, pero tampoco ha de imponerse la verdad, en su totalidad y crudeza.

La información es una parte de la comunicación y, por tanto, hay que pretender que la primera se genere en el entorno de la segunda como algo natural y espontáneo. Es muy importante, tanto al transmitir un determinado diagnóstico y su correspondiente pronóstico, como cuando se trata de admitir que algo no ha salido bien.

Un cierto nivel de incertidumbre siempre está presente en el contexto clínico. El error detectado y comunicado, si va unido a las actuaciones correctoras pertinentes, puede ser asumido por el paciente como mal menor, pero las que cada vez son menos toleradas, son la altanería y la soberbia profesional, la no aceptación de que algo haya salido mal, ni siquiera como posibilidad teórica.

Esa actitud del facultativo es percibida por los pacientes y sus familiares como un trato inadecuado e inadmisible. A partir de ese momento el paciente entiende que al profesional sanitario le resbala todo lo concerniente a sus anhelos y a sus intereses. Por todo ello es de considerada utilidad enumerar algunas de las características que corresponden a varios conceptos, que siendo distintos, se complementan necesariamente para una óptima asistencia: Tratamiento y trato; aptitud y actitud; conocimiento y acercamiento; formación y preparación; razón y emoción; curación y cuidado; talento y talante; destreza y entrega; resolución y compasión; ciencia y arte; calidad y calidez; información y comunicación; evidencia y conciencia, y saber y sabor.