Saber hablar y saber callar; no sabemos qué será más fácil o más difícil, más conveniente o más meritorio. Callar de sí mismo es humildad; no hablar de sí, cuando siente uno el deseo de exponer los propios méritos o las propias ideas o iniciativas, es signo de verdadera humildad. Callar los defectos ajenos es caridad; no criticar a los demás, sus actitudes, sus intenciones, sus actos; no emitir juicios comparativos, no hablar tanto de los otros, siempre con un dejo de crítica o pesimismo, es ciertamente caridad. Callar a tiempo es prudencia; no hablar cuando nos sentimos con el impulso de la reacción, cuando nos viene a la punta de la lengua toda una serie de palabras, invectivas o denuestos, eso es prudencia. Callar en el dolor es heroísmo; no tratar de volcar en los corazones de los demás las penas propias, los dolores íntimos; hacerles partícipes no tanto de los dolores, cuanto de las alegrías, reservándonos las penas, eso es heroísmo.
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