Su padre era Don Alonso de Cepeda, un hidalgo Castellano: “hombre de mucha caridad con los pobres... amante de la verdad” y de gran honradez; su madre se llamaba Doña Beatriz de Ahumada, mujer virtuosa, honesta, dulce, de extraordinaria belleza.

Teresa fue bautizada el 4 de abril, que era un Miércoles Santo, en la parroquia de San Juan; sus padrinos fueron Don Francisco Vela Núñez y Doña María del Águila, parientes de sus padres. Le pusieron el nombre de Teresa por su abuela materna, Doña Teresa de las Cuevas.

Tenía tres hermanas y nueve hermanos. De su primer matrimonio Don Alonso tuvo tres hijos: Juan, María y Pedro; Beatriz de Ahumada, su segunda esposa, fue madre de Fernando, Rodrigo, Teresa, Lorenzo, Antonio, Pedro, Jerónimo, Agustín y Juana.

Sin embargo, el compañero de juegos preferido de Teresa era Rodrigo, con quien leía vidas de santos. “Para siempre, siempre, siempre” era la frase que desde pequeños repetían Teresa y Rodrigo, y que revela que la idea de la eternidad ya desde entonces estaba fuertemente grabada en la mente de Teresa. Es así como un día juntos, deseando ganar pronto el cielo, huyeron a tierra de moros en busca del martirio, en ese entonces Teresa tenía apenas siete años. Su tío Francisco los encontró en las afueras de Ávila y los hizo regresar a casa de sus padres

Era una niña reflexiva y alegre, ganaba el cariño de todos con su simpatía y sinceridad. Era caritativa con los pobres y tenía un gran amor a la Virgen María. Le gustaba apartarse de la gente a rezar el rosario. Tenía amigas de su edad con quienes le gustaba jugar a ser monjas y levantar ermitas y conventos con piedras en el huerto de su casa.

En su adolescencia, ejerció influencia negativa en ella una parienta suya de quien su madre había intentado apartarla en muchas ocasiones. La afición exagerada de Teresa a leer Libros de Caballerías le hacía perder muchas horas del día y de la noche y de tal modo se apoderó de ella esta costumbre, que no estaba contenta si no tenía un libro nuevo.

Muere su madre, a los pocos meses de haber escrito su testamento en noviembre de 1528, cuando esto ocurrió Teresa tenía 14 años. Al darse cuenta de que la había perdido, se encomendó a la Virgen, pidiéndole que fuese su madre.

A los 16 años entró al convento de las Agustinas como interna. Dios se sirvió de Doña María de Briceño, religiosa ejemplar que se encargaba de las colegialas, para despertar en Teresa los buenos deseos de cuando era niña. Allí estuvo estudiando solamente un año y medio, porque enfermó.

Para que se repusiera su padre la llevó a casa de su hermana María quien le tenía un gran cariño, al igual que su esposo Martín de Guzmán. Pero antes de llegar a destino se detuvo unos días en casa de su tío Pedro Sánchez de Cepeda, y fue ahí donde la buena compañía y los libros que leyó hicieron que se avivaran definitivamente sus deseos de consagrarse a Dios.

A su regreso no volvió al Colegio, sino que quedó en su casa con su padre y hermanos. Este viaje produjo en ella un importante cambio, ya no era la muchacha vanidosa y despreocupada, sino que se convirtió en una mujer profunda y sensata, con una personalidad fuerte y recta, dispuesta a recibir en su alma la palabra de Dios y luego de varios meses de lucha decidió vivir sólo para Él.

En vista de que su padre no la apoyaba en su anhelo de entregarse a Dios, el 2 de noviembre de 1535 huyó de su casa junto con su hermano Antonio para ingresar al convento de Carmelitas de la Encarnación de Ávila y vistió el hábito exactamente un año después de su ingreso al convento. Los tiempos iniciales de su vida religiosa los pasó con mucha alegría y sobre todo era muy querida por sus compañeras ya que era caritativa y muy amable. Fue víctima de una grave enfermedad la cual la obligó a salir del convento. En el viaje de ida a Becedas, ciudad en la que partió para restablecerse, pasó unos días nuevamente en casa de su tío Pedro quien le dio el libro “El Tercer Abecedario”, de Francisco de Ozuna y según sus propias palabras, “trata de enseñar oración de recogimiento”. Este libro ejerció una gran influencia en su vida espiritual, la cual corría por los caminos de la santidad por su gran amor a Dios.

Como no se restableció en Becedas regresó a Ávila todavía muy enferma, por ese motivo se encomendó a San José y gracias a su intercesión pudo recobrarse. Como ella anhelaba vivir las reglas de las Carmelitas que se observaban en los comienzos de la orden, sin las mitigaciones concedidas por los distintos Papas, decidió reformar dicha congregación. Con la ayuda de Dios llegó a fundar 16 conventos de Descalzas y 14 conventos de frailes.

El primer convento de la reforma se denominó San José de Ávila, el cual fue fundado el 24 de agosto de 1562, a pesar de las oposiciones que tuvo que enfrentar, no sólo por parte del pueblo de Ávila sino que también de las monjas de su propio convento.

Todas las fundaciones se realizaban con mucho trabajo y sacrificio recorriendo los caminos de España y dejando a su paso, virtud, alegría y paz. Ante las dificultades se encontraba siempre el ánimo de Teresa y su confianza plena en Dios.

También realizó la reforma de los frailes y los primeros Carmelitas que se unieron a Santa Teresa fueron el Padre Antonio de Jesús y San Juan de la Cruz.

San Juan de la Cruz, amigo fiel de Teresa, era un hombre pequeño de cuerpo y de alma gigante quien fue uno de los fundamentos de la Reforma. Profundamente enamorado de Dios, alcanzó gran santidad y como la Santa dejó a España en sus escritos las mejores obras de la literatura mística y es justamente por esos escritos que los dos han alcanzado el título de Doctores Místicos.

Entre sus obras se encuentran “El Libro de la Vida”, que es su autobiografía; el “Castillo Interior” o “Las Moradas”, el “Camino de la Perfección”, las “Fundaciones”, “Modo de visitar conventos”, “Conceptos de Amor de Dios”, “Exclamaciones”, “Relaciones” y “Poesías”.

Teresa, muy humana y divina, tal vez por el inmenso amor a Dios y a los hombres recibió grandes favores como el de la Transverberación, el don de profecía y milagros.

Con la frase que siempre sostuvo su vida: “En fin, Señor, soy Hija de la Iglesia.” Entregó su alma al Padre el 15 de octubre de 1582 en el convento de Alba de Tormes.

El 24 de abril de 1614 el Papa Paulo V decretó su beatificación y ocho años más tarde, un 12 de marzo, fue canonizada por el Papa Gregorio XV, junto a San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Isidro Labrador y San Felipe Neri. Su cuerpo aún se conserva incorrupto en el mismo convento donde murió.

Santa Teresa de Avila (1515 - 1582)