Los amores virtuales son rosas de papel; ámame con las manos, los muslos y la boca; que no ama bien quien habla si al conversar no toca, lejana esposa de otro, devotamente infiel.
Brevería Nº 1286
joven esposa de otro
La conocía ya, casi la amaba, sin habérselo dicho todavía. Yo era todo una mano que avanzaba, y era un pie que a la vez retrocedía. Joven esposa de quien no era extraño, sentado a veces a mi propia mesa, maniobrando mi mente hacia un engaño que ineludible la mirada expresa. Mas nadie percibió tan sutil huella al fondo de mis ojos, sino ella.
Se mantuvo el silencio. Y aunque a gritos parecía explotar el alma entera, quedaban circunscritos a timidez de inagotable espera.
Temor, temor, despótica coraza, sórdida represión trituradora, amenaza indecisa que rechaza la profesión de fe por la deshora.
Mas la deshora progresó en intento, alzaron su rumor las alusiones, y sucediendo el júbilo al lamento, la palabra quebró sus eslabones.
En la joven esposa brotaron alas, se brindaron manos, la niebla opaca se hizo luminosa y los besos prohibidos más cercanos. Le reventó una aurora en las entrañas que a lanzadas de amor la dejó herida, y un abrazo de sábanas extrañas le pareció la historia de su vida; y en sábanas vibrantes venideras vio trabazón de muslos y caderas.
La conocí mejor, y empecé a amarla; y progresó mi pie sin retroceso, y avanzaron los suyos, y al tocarla, se lo dije por fin, y me dio un beso. Y tanto más me dio que no revelo, tanto me sigue dando todavía, sedosa desnudez, pantera en celo, joven esposa de otro, amada mía.
Escríbeme un poema con tu cuerpo, que tus brazos sean metáforas hilvanando mi espalda y tus dedos versos blancos en la honda oscuridad de mi vientre, que tu lengua se engarce en sinalefas a mi lengua y tus pechos acaricien la perfecta blancura de los míos con sus rimas intactas. Escríbeme un poema que hable de nosotros habitando las llamas, de gemidos subterráneos invadiendo la piel de lo imposible, que hable de erupciones, de humedades precursoras de océanos a conquistar entre las piernas, de tu sexo encarnado ondeando banderas de impaciencia bajo la desesperada tibieza de mi aliento. Sí, amor mío, escribamos un poema de viento y tempestades nacidas de nuestros latidos, de abedules en flor y chimeneas de otoño meciéndonos la desnudez, y, más tarde, leámoslo con la voz tan alta que los besos vuelvan a incendiarse y entre las sábanas no quede sino el recuerdo hecho cenizas de un solo suspiro.