INSTINTO DE SUPERVIVENCIA - CAPÍTULO 1
Me llamo María, María a secas, y es un nombre que yo misma me he puesto, ya que nací sin nombre ni apellidos, era un lujo que seguramente mi mamá no me pudo dar. Mejor, así he podido construirme entera, desde la nada, lugar del que venimos todos, unos más que otros . Nací mujer, y eso parece que puso las cosas peor. Es difícil que lo pueda demostrar. Podemos demostrar lo que es, no lo que pudiera haber sido y no fue, esto último le corresponde a Dios saberlo, y por lo que a mí concierne, jamás me lo ha dicho.
Nací en la calle. Pero no puedo decir ni el nombre ni el número, como muchas otras niñas y niños. Por eso me considero dueña de todas las calles de todas las ciudades del mundo, aunque no tenga ninguna Escritura de propiedad, ni ninguna de esas calles lleve mi nombre.
Nací sin infancia, no recuerdo haber sido niña nunca. Mi infancia se la ha tenido que inventar María, por lo que en realidad, creo que soy una superviviente en todos los sentidos. Sobrevivir es a veces inventar, porque la verdad de algunas biografías como la mía es mejor olvidarla, o tal vez, destruirla, si es que se puede destruir la destrucción misma.
Nací pobre, pero con esa pobreza malvada que niega la vida misma, la dignidad de cualquier cosa que haya en el mundo, por muy pequeña y humilde que sea. Con los años, he podido distinguir dos tipos de pobreza: la digna y la indigna. La pobreza digna es aquella que soporta las carencias con elegancia, con la elegancia y sencillez de la naturaleza en su inmenso esplendor. La pobreza indigna es la cultural, la que los poderosos de la tierra destinan a gente como yo, gente sin nombre, sin infancia y sin historia. Gente que ha nacido para no dejar huella, ni rastro, ni envidia, ni calle, nada.
Nací y crecí inculta, analfabeta, por no saber, no sabía leer ni escribir, no podía articular pensamiento alguno, porque pensar es ser libre, y la libertad es lo que los poderosos temen y te quitan. El universo, aunque sujeto a leyes, es libre, quizás porque haya aprendido a entender que el comienzo de la vida fue un canto humilde a la libertad, a la libertad más profunda de la vida, aquella que entre la vida y la muerte, entre el ser y el no ser, abraza el ser y la vida, para elevarla a lo más alto, a donde nadie la puede degradar ni destruir. La cultura es al raciocinio lo que el instinto es a la supervivencia. Quitar o no dar cultura, y mucha, es como quitar el instinto de supervivencia a un ser vivo, es como quitar el aire al pulmón, la sangre a las venas. Y a mí, también me la quitaron o no me la dieron, al final es lo mismo, es como nacer sin pies, sin manos, sin piernas.
Pero yo, María, nacida sin nombre, pude vencer el destino que la vida me tenía preparado. ¿Cómo? Pues muy fácil, luchando, luchando por cada centímetro de la calle, por cada brizna de aire, por cada sueño que iluminaba mi mísera vida. Luchando por inventarme a mí misma, por estar ahora escribiendo lo que escribo, por tener derecho a una vida que los poderosos me negaron, pero yo no torcí nunca mi voluntad, mi enorme deseo de vivir una vida más digna que la de las ratas.
Sacado de la red. Del Facebook de Belinda. Chapplim
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