La vaina llega a América
En tiempos de la colonia española, entre los siglos dieciséis y diecinueve, la palabrita se mudó a América, y fue aquí, en estas tierras vigorosas, donde adquirió sus significados pintorescos, variados, graciosos y novedosos.
Las demostraciones abundan. Cuentan los cronistas más respetables de Bogotá que, hacia 1740, en la ciudad llamaban ‘Juan Vainas’ a un cualquiera que se las daba de importante, un don Nadie lleno de ínfulas, un fulano pretencioso. “¿Qué se ha creído ese Juan Vainas?”, preguntaba la gente.
El primer licor autóctono que se produjo en este continente fue un coctel de ron de piratas con un batido de huevo de gallina. En Chile lo llamaban ‘vaina’ hace trescientos años. En Cuba, país tan distinto y distante, hoy lo llaman ‘vainazo’.
Los indios peruanos, cuando aprendieron la lengua castellana, llamaban ‘vaina’ a una mujer especialmente bajita y poco agraciada. El invento más reciente del habla popular venezolana es el aumentativo ‘vainón’, que se refiere a un problema especialmente serio y delicado. “Por andar de chismoso se metió en un vainón”.
Colombia es una vaina
A partir del 20 de julio de 1810, cuando Colombia inició el proceso para liberarse de España, las nuevas clases sociales fueron desterrando la palabra ‘vaina’ hacia los estratos de bajo nivel cultural o educativo.
Hicieron de ella una especie de mala palabra. “Terminacho vulgar de baja estofa”, lo llamaban los eruditos de la nueva república.
Pero, tal como sucedió con la cucaracha en la historia humana, el vocablo resistió los chancletazos que le daban, los desprecios, las críticas.
Y logró sobrevivir cada día con más ímpetu
Los primeros investigadores de ese fenómeno creyeron que el uso de ‘vaina’ se limitaba, simplemente, a las correndillas de gente que hablaba muy rápido, atropellándose, sin pensar mucho y sin darse tiempo para recordar la palabra exacta. “Deme ligero esa vaina”. Esa teoría, como es obvio, fue descartada con la misma rapidez.