Un día, si no fuera siempre huyendo, me sentaré en tu tumba con agudo dolor, ¡oh hermano de mi amor!, gimiendo que tan joven hallaras fin tan crudo.
Sola hoy la Madre, lágrimas vertiendo, habla de mí con tu cadáver mudo; mas yo ambos brazos vanamente os tiendo y de lejos mi dulce hogar saludo.
Siento tus mismos males torticeros, y al puerto pido paz do te acogiste, ya fatigado de estos mares fieros.
Es la última esperanza que me asiste; ¡siquiera mis huesos, píos extranjeros, volved al pecho de la madre triste!
Autor del poema: Ugo Foscolo
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