Su sufrimiento se hacía eco entre los túneles y las cámaras de las catacumbas. Y de la misma forma que los lamentos de sus víctimas, su sufrimiento eterno era escuchado en las construcciones superiores y las calles del pueblo.
Las leyendas inventadas.
Hoy es prácticamente imposible precisar qué porcentaje de la historia es verdad, pero abundan los rumores de que estas leyendas aterradoras fueron divulgadas de forma totalmente intencional por los propios habitantes del castillo. Durante algún tiempo, el Castillo de Trasmoz sirvió como guarida para una banda de falsificadores que emplearon los calabozos subterráneos como instalaciones para acuñar monedas falsas.
En esta región montañosa abundaban las minas de plata, y habrían empleado el metal extraído para fabricar monedas en la ilegalidad. Además, la plata se mezclaba con otros metales para economizar la producción.
Con el objetivo de mantener a raya a los curiosos pueblerinos y las autoridades, la banda de falsificadores se dedicó a inventar toda clase de historias extrañas. El ruido de metal contra metal que perturbaba las noches de Trasmoz sería causado por los martillos golpeando contra los yunques. Aquellas luces misteriosas se generarían en las fraguas que reflejaban las llamas en las nubes bajas.
La treta resultó muy efectiva, pero a costa de una terrible reputación para la villa de Trasmoz. Se convirtió en un escondrijo para fantasmas, brujas y adoradores de Satanás.
Desafortunadamente para los ciudadanos de Trasmoz, los rumores esparcidos por los falsificadores se salieron de control. Muchos años después que la banda cesó sus actividades criminales en el castillo, las leyendas seguían abonando a la mala reputación del lugar. Cada una de las aldeas vecinas veía a Trasmoz como nido de hechiceros, brujas y toda clase de blasfemias.
El conflicto con la Iglesia Católica.
En 1360, cuando un párroco de la zona se dirigía a Trasmoz para oficiar una boda terminó perdiendo la vida en un trágico accidente, situación que empeoró mucho las cosas para el lugar. Cuando la noticia empezó a difundirse en las aldeas aledañas, no había duda de que el religioso fue una víctima más de las Brujas de Trasmoz, iracundas por la visita de un hombre de Dios.
La situación escaló tan alto, que el monasterio vecino en Veruela solicitó de forma oficial a la Iglesia que excomulgara a todos los habitantes de Trasmoz. Los historiadores creen que esta artimaña buscaba que la ciudad pagara una mayor cantidad de impuestos a las arcas públicas, pues en aquella época las comunidades no cristianas estaban obligadas a contribuir con un gravamen especial. Por fortuna la Iglesia no atendió la solicitud de los monjes, pese a esto la situación tuvo serías repercusiones.
Monasterio de Veruela
El rumor de que los habitantes podrían ser excomulgados (una situación extremadamente grave en el Medievo), provocó que muchos se fueran de la ciudad. Peor aún, la mayoría de los habitantes que se quedaron profesaban religiones como la musulmana y judía, hecho que terminó reforzando la creencia de que Trasmoz era refugio de paganos adoradores de Satanás. Sin embargo, los se quedaron vieron tiempos prósperos donde el comercio despegó y trajo riqueza a la ciudad.
Los roces entre la Abadía de Veruela y Trasmoz seguirían durante muchos años, eventualmente casi provocando una guerra civil. Esto último aconteció cuando los monjes construyeron una represa en el río que abastecía a Trasmoz y exigían a los habitantes pagar determinado porcentaje para suministrarles el agua directamente. Trasmoz presentó el caso ante la
Corte Real y aunque Fernando II les dio la razón, la Iglesia se lo tomó como una afrenta.