(1)
Las últimas fotos de la familia del zar Nicolás II antes de ser asesinada por los bolcheviques
Buenos tiempos. Foto oficial de la familia imperial rusa en 1913. Nicolás II
Las últimas fotos de la familia del zar Nicolás II antes de ser asesinada por los bolcheviques
Los cinco niños Romanov con la cabeza afeitada tras un ataque de sarampión. Tsarkoje Selo, febrero 1917 © Musée de l’Elysée, Lausanne
La foto de los cinco hijos de la dinastía de los Románov con el pelo rapado —una medida higiénica contra una epidemia de sarampión que afectó a la familia— rebosa buen humor pero también está cargada de malos augurios y de una grotesca ventura. Un mes después de tomada la imagen, datada en febrero de 1917, hace ahora un siglo, el padre de los niños y adolescentes, Nicolás II, el último zar del Imperio Ruso, abdicó de la corona y renunció también a los derechos dinásticos de su único hijo varón, el tsesarévich (heredero) Alekséi Nikoláyevich.
Los Románov se dejaron detener sin oponer resistencia —no les quedaba otra: casi todas las unidades militares se habían sublevado contra el zarismo— y las autoridades civiles, todavía no del todo controladas por los aún minoritarios bolcheviques de Lenin, confinaron en primera instancia a la familia real en el suntuoso palacio de Tsárskoye Seló [visita interactiva], al sur de la capital rusa, que entonces era San Petersburgo.
Menos de un año y medio después, a tiros y tajos de bayoneta, todos los miembros de la familia serían asesinados —es el verbo adecuado: no hubo juicio previo, ni cargos, ni derecho a defensa, solamente una declaración política, casi con seguridad escrita a toro pasado, que justificaba el “fusilamiento” del zar (no de su familia) por “imnumerables crímenes” y ante la posibilidad de que “el verdugo coronado (pueda) escapar al tribunal del pueblo” con la ayuda de “bandas checoslovacas”—.
La fotografía de las cabezas rapadas —que parece un salto adelante temporal y recuerda a las no muy lejanas víctimas de los campos de exterminio de los nazis— fue tomada por el profesor de Francés de los hijos de los zares, el suizo Pierre Gilliard. Forma parte de la exposición De laatste dagen van de Romanovs (Los últimos días de los Románov), que se celebra en el Fotomuseo de La Haya (Holanda) hasta el 11 de junio. Es otro de los muchos eventos en torno al centenario de la Revolución Rusa, uno de los movientos sociales más importantes de la historia.
Pierre Gilliard (1879-1962) – Olga, Tatjana, Maria y Anastasia Nikolajevna, las cuatro hijas del zar Nicolás II. Bosque de Biolévjé, 1913 © Musée de l’Elysée, Lausanne
Pierre Gilliard (1879-1962) – Alekséi, heredero y único hijo varón del zar, juega con una hoz. Tsarkoje Selo, 1913 © Musée de l’Elysée, Lausanne
Las imágenes todavía retienen un atisbo de esperanza en las miradas de los hijos de los Románov —cuatro chicas: Olga (22 años cuando murió), Tatiana (21), María (19) y Anastasia (17), tras las que nacería el deseado heredero varón, Alekséi (13)—, a quienes parece no importar demasiado estar fuera de la pompa de una de las cortes más relamidas del mundo y vestir sin arreglo a la habitual suntuosidad. Lucen satisfechos de poder volver a jugar, lo cual no extraña tratándose de jóvenes a quienes habían hurtado su niñez.
La foto del todavía pequeño y enfermizo —padecía hemofilia— Alekséi, tomada en 1913, cuando tenía 9 años, añade un elemento perturbador: al niño, vestido con un uniforme de la Infantería de Marina, la unidad militar que se alzaría antes que ninguna contra el poder zarista, le han dicho que simule segar hierbajos con una hoz, el simbólico instrumento de labranza que pronto sería adoptado, junto con el martillo, en la heráldica comunista.
Gilliard comenzó a fotografiar a la familia en 1911 y permaneció con los Románov hasta poco antes de la masacre. Durante ese período, registró tanto actos oficiales como escenas domésticas, vacaciones y juegos. El suizo no era un fotógrafo dotado, pero las estampas cargan con suficiente delirio y tragedia como para que perdonemos la falta de imaginación del hombre que estaba tras la cámara.
Pierre Gilliard (1879-1962) – Nicolás II y sus hijos en abril de 1918, en la última foto que Gilliard hizo a la familia © Musée de l’Elysée, Lausanne
La última vez que tuvo ante el objetivo al Emperador y Autócrata de Todas las Rusias —ese era el título oficial del zar— con sus hijos, Gilliard los captó, en otro momento de insólito poder metafórico, a bastantes metros de altura sobre el suelo, como encaramados en el éter. Están en el tejado de uno de los edificios de la mansión del exgobernador de Tobolsk, la antigua capital histórica de Siberia. La familia había sido evacuada a esos confines en agosto de 1917 por el primer ministro del gobierno provisional, Aleksandr Kerensky, un socialista moderado que apostaba por una transición menos radical que la bolchevique.
Tras la Revolución de Octubre, cuando los seguidores de Lenin y Troski se hicieron con el poder, las condiciones de la detención de los Románov se endurecieron. A Nicolás se le prohibió usar charreteras militares, los centinelas garabateaban dibujos lascivos en las vallas para ofender a las delicadas hermanas, la alimentación de la familia se redujo a raciones de soldado —sin mantequilla, ni café— y obligaron a despedir a la servidumbre real de diez personas que hasta entonces atendía a la familia.
La posibilidad de llevar a Nicolás II ante un tribunal comenzó a ser objeto de debate al tiempo que fracasaban los intentos de repatriación. El rey inglés Jorge V era primo de la esposa de Nicolás II, la princesa Alix von Hessen-Darmstadt, que pasó a llamarse Alejandra Fiódorovna Románova cuando se convirtió en ortodoxa rusa y se casó con el zar (1894). Dado que se trataba de una nieta de la exreina Victoria de Inglaterra, el monarca del Reino Unido había enviado una invitación para acoger a los detenidos, pero los soviets se opusieron de manera tan tajante y el Partido Laborista inglés protestó con tal vehemencia a favor de los bolcheviques que el rey británico retiró la propuesta. Nicolás II formuló requerimientos oficiales de asilo político a Alemania y Francia, pero ambos países las ignoraron.
COMPARTIDO CON MUCHO AMOR,