UN MENSAJE AL CORAZON (3)
“¿Señora?”, dijo el oficial. No podía creer lo que estaba
presenciando, ni siquiera pensar que la mujer podría llegar a tener hambre.
“Acababa de graduarme de la universidad en mi pueblo”,
comentó la mujer. “Había llegado a la ciudad en busca de un trabajo, pero no
pude encontrar nada”. Con voz quebrantada, la mujer continuaba: “pero cuando me
quedaban mis últimos centavos y me habían corrido de mi apartamento, caminaba
por las calles, era febrero y hacía frío. Casi muerta de hambre, vi este lugar
y entré con poca posibilidad de que podría conseguir algo de comer”. Entre
lágrimas, la mujer siguió platicando…”Juan me recibió con una sonrisa”.
“Ahora me acuerdo”, dijo Juan, “yo estaba detrás del
mostrador de servicio. Se acercó y me preguntó si podría trabajar por algo de
comer”.
“Me dijiste que estaba en contra de la política de la
empresa”, continuó la mujer, “entonces, me hiciste el sándwich de carne más
grande que había visto nunca….me diste una taza de café, y fui a un rincón a
disfrutar de mi comida. Tenía miedo de que te metieras en problemas. Luego,
cuando miré y te vi poner el precio de la comida en la caja registradora, supe
entonces que todo iba a estar bien”.
“¿Así que usted comenzó su propio negocio?”, dijo el
viejo Juan.
“Sí, encontré un trabajo esa misma tarde. Trabajé muy
duro, y me fui hacia arriba con la ayuda de mi Padre Dios. Eventualmente,
empecé mi propio negocio, que, con la ayuda de Dios, prosperó”. Ella abrió su
bolso y sacó una tarjeta. “Cuando termines aquí quiero que vayas a hacer una
visita al Señor Martínez. El es director de personal de mi empresa. Hablaré con
él y estoy segura de que encontrará algo que puedas hacer en la oficina”.
Ella sonrió. “Creo que, incluso, podría darte un adelanto,
lo suficiente para que puedas comprar algo de ropa y conseguir un lugar para vivir hasta que te recuperes.
Si alguna vez necesitas algo, mi puerta está siempre abierta para ti, Juan”.
Las lágrimas surcaron el rostro del anciano. “¿Cómo voy a
agradecer?”, preguntó.
“No me des las gracias”, respondió la mujer. “A Dios dale
la gloria. El me trajo a ti”.
Fuera de la cafetería, el oficial y la mujer se
detuvieron y antes de irse por su lado… “Gracias por toda su ayuda, oficial”,
dijo la señora Hernández”.
“Al contrario, dijo el oficial, “gracias, vi un milagro
hoy, algo que nunca voy a olvidar. Y…gracias por el café”.
Que Dios bendiga siempre a todos los que lean esta
historia y no olviden que cuando tiramos el pan sobre las aguas, nunca sabemos
cuándo será devuelto a nosotros. Dios es tan grande que puede cubrir todo el
mundo con su amor y a la vez tan pequeño para entrar en vuestro corazón.
Cuando Dios te lleva al borde del acantilado, confía en
El plenamente y déjate llevar.
Sólo una de dos cosas va a suceder: ¡O El te sostiene
cuando tú te caes, o te vas a enseñar a volar!
Dios cierra puertas que ningún hombre puede abrir y El
abre puertas que ningún hombre puede cerrar.