No temas,
porque yo te redimí;
te puse nombre,
mío eres tú.
Isaías 43:1.
Si alguno ama a Dios,
es conocido por él.
1 Corintios 8:3.
La escena ocurrió en una mina de carbón en Bélgica, hacia el año de 1930.
Un chico, cuyo padre era minero, esperaba pacientemente que el ascensor subiera cargado con los obreros que salían de trabajar. Un inspector, quien lo había observado, lo interpeló: –¿Qué haces aquí? –Espero a mi padre: –No podrás reconocerlo en medio de las decenas de hombres que saldrán con el mismo casco y la cara negra por el polvo del carbón. Es mejor que vuelvas a tu casa: –Pero mi papá sí me conoce.
¡Qué buena respuesta! El chico era consciente de que no podría reconocer a su padre, pero también sabía que era imposible que su padre no lo viera.
Nuestro Dios ve todo, oye todo y sabe todo. Cuando compuso el Salmo 139, el rey David dijo: Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Señor, tú la sabes toda (v. 2-4).
Nada es demasiado insignificante para Dios. No sólo tiene un conocimiento universal, sino también un amor infinito, el de un Padre por sus hijos.
El que me ama (dice Jesús), será amado por mi Padre. El que me ama, mi Palabra guardará; y mi Padre le amará. El Padre mismo os ama (Juan 14:21, 23; 16:27).