Grande es el esfuerzo que tuve que hacer,
para la esperanza de tenerla hacer morir,
la tonta persecución llegó a su fin,
se libró mi corazón de buscar su querer.
Recuerdo que tan solo una mirada,
una pequeña sonrisa o roses de manos,
hacia resurgir de la ardiente ceniza,
el fénix de ser por ella amado.
No escribiré ni dos odas para cantarle al viento,
recordando los gemidos ciertos de mi corazón,
ni poesías que su razón sea ir al encuentro,
para no quedar flotando en vacío el lamento.
Escribiré de la fuerte esperanza,
de aquella que tuve que abandonar,
y como algunos, no me vuelvo en contra.
Es impulsora, aunque no siempre certera.
Javier R. Cinacchi
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