Parte 7
Los nombres de mis amigos habitantes originales de esta colonia con los que compartí maravillosas experiencias son: Pancho Tamayo, Darío Cházaro, Roberto y Carlos Garrido, Demetrio Vázquez, Guillermo Fernández, Gerardo Castizo, Manuel Rosete, Manuel Cárcamo, Baltazar Olivares, Arturo y Roberto Díaz, Armando Apo, Enrique y Jorge Vargas, Armando, Ignacio y Sergio Montano, El gordo Garcés y Manuel Ceballos, y Zenón, del cual no recuerdo sus apellidos; Moisés, Rubén y Armando Panes, sin olvidar por supuesto a todos los hermanos y hermanas de ellos.
Pido perdón por omitir sin querer algunos nombres que se escaparon a mi memoria pero que al ir avanzando en el relato, seguramente saldrán a la luz muchos de ellos.
¡Ah!, que cosas tan hermosas viví en mi niñez, como esa en la que visitaba a varias señoras antes de hacerle los mandados a mi mamá para ver que se les ofrecía de la tienda para traérselo y así ganarme mis centavitos y sentirme millonario con ellos, o ésa, en la que varias personas me pedían untarles mi saliva en sus dolencias para aliviárselas, por aquello de que yo era cuate y que por esa razón mi saliva tendría propiedades curativas y ¡ funcionaba ! pues sus dolores, o las protuberancias que tenían en sus cuerpos por torceduras u otras causas les eran sanadas con solo sobarles con mi saliva; o esa otra en la que acompañaba a mi mamá y después iba solo al mercado por el mandado, únicamente con el fin de hacerme acreedor a un " boli " ¿recuerdan esa palabra?
¡Qué tiempos! recuerdo también que atrás de la calle Zempoala había un potrero el cual conocíamos como Pomona; en ese potrero, que era el paso casi obligado para llegar a las vías del tren, y de allí a otros potreros en uno de los cuales había un hermoso nacimiento de agua. Aprendí a nadar en una zanja en Pomona que se llenaba de agua cuando llovía, junto con varios compañeros de aventuras.
Esa zanja se convertía en un chapoteadero de agua sucia o contaminada por el barro que formaba el suelo de esos lugares, sólo que a nosotros nos parecía una flamante alberca casi olímpica y con aguas sumamente cristalinas en la cual hicimos nuestros pininos como tritones en los que pasamos momentos verdaderamente excepcionales.
Un poco más allá, se encontraban y se encuentran aún las vías del ferrocarril, mismas qué tomábamos como pistas para nuestras competencias de los cien metros planos sobre vía, ó como barras de equilibrio en las diversas actividades deportivas que organizábamos de todos contra todos. Para el tendido de las vías, tuvieron que rebanar unos cerros en esa área para que tuvieran el nivel apropiado, por lo que a los costados de la misma, quedaron unas terraplenes inclinados en donde dejamos muchas veces la parte trasera de nuestros pantalones, ya que a determinada altura, cavábamos unos hoyos en forma de asiento, para que el más atrevido tomara posesión de él y exponerse a que los demás lo destronaran en una competencia también de todos contra todos la cual era lo suficientemente divertida como para pasarnos el día casi completo en ese juego en el que además de desgastar nuestros pantalones en salva sea la parte, también les dábamos en la torre a la parte de las rodillas dejando tremendos hoyos en ese lugar y que por lo mismo, nos exponíamos a los justos reclamos de nuestras madres, reclamos que en la mayoría de las veces, ni mella nos hacían porque lo más importante para nosotros eran nuestros juegos y de ninguna manera nuestra pobre ropita. ¿Pueden imaginarse todo eso?