Parte 32
Me fueron enviadas seis camionetitas datsun y tres camiones para rutas foráneas para organizar otras tantas rutas que surtieran los productos de marinela, y para ello solicité nuevo personal para suplir a quienes quisieron hacerse cargo de esas rutas.
Mi equipo y yo formamos un grupo unido y con los mismos intereses; cumplir en forma adecuada cada quién con sus propias responsabilidades, y era tan notoria esa relación, que algunos vendedores de Bimbo, en lugar de dirigirse a su supervisor, se acercaban a mí para platicarme sus problemas y encontrar juntos sus posibles soluciones.
Esto se daba porque conocía a todos los muchachos desde mis inicios en la empresa, y mis relaciones de trabajo y amistosas siempre fueron cordiales, y a pesar de que yo había avanzado en mis ascensos y ellos continuaban como vendedores, nunca les hice sentir que yo me sentía superior, ya que mi actitud en el trabajo y como persona no varió ni tantito, lo que me hacía merecedor de su amistad y su confianza.
El 13 de Septiembre de mil novecientos setenta y tres, nació nuestro segundo heredero, una mujercita preciosa y morenita con el pelo negro y abundante, decididamente heredera de mis características personales, ese evento volvió a llenar de alegría mi corazón porque Dios me había dado la dicha de tener la parejita que todo matrimonio desea, en ese tiempo las muestras de afecto y los regalitos de mis compañeros para mi hijita no se hicieron esperar, lo que me hacia sentir satisfecho de mi comportamiento hacia ellos.
Como parte de mi preparación en mi camino ascendente dentro de la compañía me vi en la necesidad de ausentarme de mi familia constantemente pues me enviaban a otras agencias para ayudar a los supervisores de ellas a organizar mejor sus rutas y para mostrarles el método para controlar la devolución que yo llevaba en mi agencia y que estaba dando excelentes resultados, situación que no se presentaba en la mayoría de las agencias; Ese ausentarme de mi familia definitivamente no era de mi agrado por lo que empecé a pensar en el retiro. En el transcurrir de ese tiempo, la empresa me mandó a estudiar diversos cursos, tales como: de jefes, de entrevista, de sentido humano, de sensibilización, de ventas avanzado, y otros más, que me estaban preparando para el siguiente ascenso como divisional o sea jefe de supervisores, y después, el gran paso a la gerencia de ventas de la fábrica en Veracruz.
Cuando me llamaron a Veracruz para otros asuntos, tuve la oportunidad de renunciar por mi propia voluntad porque ya no estaba dispuesto a seguir sacrificando a mi familia en pos de algo que ya no sería alcanzable, puesto que los intereses de otras personas chocaban con las expectativas que la empresa había puesto en mí, y además, en el momento en que se me nombrara divisional, tendría que irme a vivir con mi familia a Veracruz, y después, estar fuera tres semanas visitando agencias, y luego, una semana en la ciudad de Veracruz organizando lo que había detectado en ellas y programando las visitas para las tres semanas siguientes, situación que destruyó mis aspiraciones de ascenso, además, anteriormente había platicado con un instructor de supervisores, un hombre como de unos setenta años quién me decía que no fuera yo tonto, que no le diera mas importancia a mi trabajo que a mi familia porque me iba a pasar lo que a él le pasó, ya que no tuvo la oportunidad de ver crecer a sus hijos y de no convivir con ellos en los momentos en que más lo necesitaban, y que eso era lo que más le pesaba en la vida.
Seguí su consejo y empecé a preocuparme más por mi esposa y mis dos hijos, y como seguía en observación, se dieron cuenta de mi cambio, por lo que esos fueron los otros asuntos que dije anteriormente y que culminó con mi renuncia.
Recuerdo que eran los principios del año de mil novecientos setenta y ocho, y mi chaparrita tenía cuatro meses de embarazado de nuestro tercer hijo. Cuando se supo en la agencia que renuncié, se armó tal revuelo que los muchachos querían parar la agencia para que me restituyeran en mi puesto, a lo que yo me opuse diciéndoles que fue una decisión mía, lo que era cierto, porque no me hubieran podido despedir si yo no lo hubiera deseado.
Otra cosa que me inquietó fue la impresión que mi suegro recibió al saberlo, porque sabía que yo tenía un buen sueldo y le parecía una locura lo que había hecho, pero lo hecho, hecho estaba y no había vuelta atrás.
Recuerdo que los momentos que más disfruté con mis dos hijos cuando trabajaba en Bimbo fueron los días de reyes, esos momentos en que yo veía sus caritas sonrientes viendo el mundo de juguetes que los reyes magos les había traído, y que ahora, los viviríamos nuevamente pero estando yo integrado completamente en mi familia.