Parte 36
La verdad, guardo infinidad de recuerdos hermosos de todos mis hijos, todos, unos hijos buenos, honestos y cariñosos de los cuales cualquier padre se sentiría sumamente orgulloso, tanto como su mamá y yo nos sentimos.
Cuando se terminaron los seis meses que había pedido de permiso en mi trabajo, regresé a mis labores y volví a solicitar otros seis meses más.
Nos empezó a ir tan bien, que cuando se me terminaron los otros seis meses de permiso, renuncié a mi trabajo en favor de mi hermano Roberto, que era la persona que me había suplido en mis permisos y quien, hasta la fecha, continúa allí laborando.
Fueron muchos años de grandes logros y enormes satisfacciones, así como también de grandes errores, que hicieron que lo que había ganado no le diera el uso adecuado, y caí en situaciones erróneas de préstamos con altos intereses antes de lograr buenos trabajos, intereses que se comieron la mayor parte de las utilidades, y no contento con eso, no supe administrar correctamente lo que me quedó, y volví a caer en el error al creer que lo que se me ofrecía en materia de préstamos era producto de la confianza hacia mi, pero lo que en realidad veían en mi, era al tontín que se le podía sacar el billete con mucha facilidad por la notoria imagen de autosuficiencia que proyectaba.
Llegó el momento, en que para solventar un pago en forma urgente, tuve que malbaratar una camioneta Nissan doble cabina blanca, que había comprado con el fruto de mi trabajo, y me vi en la necesidad de aceptar un trueque injusto en el que tuve que cambiar la camionetita por un auto Topaz austero de dos puertas y la cantidad de diez mil devaluados pesos, dinero que me sirvió en su totalidad para solventar ese compromiso. Esa desafortunada situación hizo que perdiera en esa transacción, cuando menos otros diez mil pesos.
Moraleja: evitemos en lo posible todo préstamo con altos intereses, sobre todo, evitar éste tipo de compromisos con la familia política, puesto que es mas difícil para uno el tener que soportar las presiones que vienen de ellos; y a lo único bueno que esas situaciones podrían conducirnos, es a saber y reconocer cuales son las verdaderas intenciones de quienes nos "ayudan" de ese modo; esto lo digo con el fin de que sirva únicamente como ejemplo de lo que no se debe de hacer, y de ninguna manera se trata de buscar culpables de lo que únicamente uno es responsable. Corría el año 1990.
A partir de ahí se me vino encima una rachita muy difícil de soportar, en la cual el trabajo serigráfico empezó a escasear de tal manera que hasta me impidió seguir sosteniendo los estudios de mis hijos, por tal motivo, en nuestra desesperación por salir adelante, empecé a vender yogurt en vasitos, mismo que me lo proporcionaba un amigo que lo elaboraba, pero al ver que ese producto, a pesar del cuidado que teníamos en su envasado y en su presentación, se recogía bastante devolución, que más que nos proporcionara alguna ganancia, lo que teníamos eran pérdidas; Entonces le pedí a mi chaparrita que se pusiera a elaborar unas galletitas de naranja que sabe hacer, tan exquisitas, que seguramente se venderían como pan caliente.
El capital con el qué contábamos en ese momento para arrancar el negocio, apenas alcanzaba para comprar harina, huevos, naranjas, azúcar y la manteca necesaria para hornear trescientas sesenta galletitas que llenaron sesenta bolsitas de seis galletitas cada una y que coloqué en una cajita que diseñé para que cupieran diez bolsitas en cada una.
Las empecé a ofrecer en algunas tiendas cercanas para su venta. Estas cajitas las vendí en poco tiempo porque llevaba unas galletitas aparte para darlas como prueba, y su calidad y su sabor convencían a los dueños de las tiendas.
Con el dinero recibido por la venta de ese día, compramos más materia prima para seguir haciéndolas, y la siguiente producción fue de doce cajitas, es decir, el doble de lo que hicimos anteriormente, lo que nos dio mas confianza para invertir lo que íbamos recibiendo diariamente de la venta para ir aumentando la producción de la galleta, hasta que llegamos a ciertos niveles en los que creíamos tener asegurada una prosperidad constante y en aumento.
Como todo pintaba de maravilla, en lugar de que fuera previsor con las utilidades que íbamos obteniendo para ir formando un colchoncito e ir saliendo de ciertos compromisos, no tuve más que la visión del éxito e invertía todo lo que se vendía en producir cada vez más, menospreciando esos compromisos que cada vez crecían más, hasta que se convirtieron tan grandes como una bola de nieve rodando hacia abajo, que en un momento dado, terminó por aplastarme.
Así que todas las buenas expectativas que yo tenía en el negocio, empezaron a cambiar drásticamente, porque ese entusiasmo tan grande que se había encendido en mi, se empezaba a apagar, porque sin sentirlo, había saturado el mercado en el que ya no cabía una sola galletita más, y eso propició que la gran producción que ya tenía, se empezara a hacer vieja sin siquiera haber tenido la oportunidad de salir a la venta, ésta saturación propició grandes devoluciones de producto, y como todas las utilidades estaban invertidas en la producción ya hecha, empecé a sufrir grandes pérdidas porque la producción existente solo servía para reponer el producto que se cambiaba, por lo que las ventas se cayeron casi en forma total, por lo que, por mi falta de previsión, me colocó, de la noche a la mañana, nuevamente en una situación crítica, porque la excesiva confianza en lo que yo estaba haciendo me impidió ver la imperiosa necesidad de haber salido de mis compromisos anteriores, o cuando menos, de haber salido de los mas desgastantes por su monto y por los altos intereses que ellos generaban, y sobre todo, me impidió ver que no tenía ninguna necesidad de adquirir otros.
Poco antes de que esto sucediera, a mi hijo se le ocurrió que podríamos aprovechar los clientes que ya teníamos para introducirlos en la venta de botanas embolsadas como cacahuates fritos salados y enchilados, a lo cual inicialmente me opuse, más sin embargo, le propuse a mi hermano Crispín que él los elaborara y envasara y que yo se los compraría a un precio justo, y así lo hicimos, pero como vi que a mi, por los gastos de operación, la comisión que me tocaba era prácticamente nula, le pagué lo que ya me había proporcionado y dí por terminado nuestro acuerdo.
Anteriormente en pleno apogeo con la galleta, pretendí adquirir un préstamo hipotecario bancario para seguir con mis planes de expansión galletera, pero afortunadamente, y sobre todo providencialmente, no me lo otorgaron, por lo qué, cuando me llegó el agua al cuello al derrumbarse prácticamente los castillos de galleta que había construido sobre bases equivocadas, le dí gracias a Dios por no haber permitido que yo me metiera en mayores problemas posteriores.
Cuando se presentó este desastre galletero, mi hijo me volvió a insistir en lo de las botanas y yo accedí porque era en ese momento la única opción que tenía a la vista, y gracias a la visión del negocio que él tenía, empezamos a trabajar en ello.