Crecer en pareja es difícil pero necesario para que se mantenga, porque la pareja se fortalece tanto con los momentos compartidos como con la posibilidad de contar con espacios individuales propios.

Tener una relación sana y al mismo tiempo gozar de una vida personal plena y con significado, es posible.

La clave es conservar la propia intimidad con uno mismo, que nos pertenece porque es solamente nuestra; y que atesora nuestros deseos más profundos, emociones, pensamientos y acciones; razones que no queremos compartir con nadie.

El espacio personal tiene que ser genuino y no una serie de ocupaciones intrascendentes que oculten otras intenciones.

Renunciar a un sincero espacio personal privado por amor, puede producir serias consecuencias psicológicas, sociales y físicas.

Desde el punto de vista psicológico una persona puede sentirse invadida, agobiada y hasta deprimida si no tiene espacio propio; y desde la perspectiva social puede aislarse, huir de sus relaciones personales, evitar el contacto, perder el sentido del humor y hasta volverse violenta.

Las consecuencias físicas pueden ser disminución de las defensas, cansancio, y predisposición a padecer accidentes y enfermedades.

Existen distintos motivos para que alguien no pueda disfrutar de un espacio personal.

Uno de los motivos más comunes es cuando la persona no se reserva tiempo para ella misma para hacer la voluntad de la pareja. Otro puede ser la necesidad del reconocimiento de los demás y sobre adaptarse demasiado a las circunstancias, o sea cómo hay que ser y qué se debe hacer para ser aceptado y querido, o bien para conseguir reciprocidad, doy todo para que mi pareja me dé todo; o también entregarse por entero al otro para intentar garantizar su protección.

Cuando el amor se basa en una ilusión omnipotente y se cree que exige transparencia, simbiosis y alienación y que la relación debe ser sin condiciones, se está reviviendo una regresión a una etapa arcaica del desarrollo, cuando todavía no había diferenciación yo-no yo. Sin embargo, la relación simbiótica con la madre alguna vez termina para tener la posibilidad de crecer y evolucionar y poder llegar a ser una persona independiente.

Detrás de la necesidad de fusionarse con el otro, está el deseo de control, porque la persona no se siente segura de sí misma y tiene la ilusión de poder controlar la relación, aunque lo único que logre sea molestar a su pareja y deteriorar el vínculo.

Esta tendencia hace que el otro se sienta agobiado y busque el espacio perdido por otro lado, o sea que con esa actitud controladora se obtiene la contrario de lo que se desea, o sea terminar con el amor.

Para poder crecer en pareja y tener una vida propia que tenga significado, hay que aprender a respetar la individualidad del otro, sus gustos, sus intereses y su vocación.

Ser feliz tanto en la intimidad como en la vida personal es poder disponer de la necesaria libertad que permita la apertura a relaciones personales y profesionales propias y no vivir centrados solamente en la pareja; porque las relaciones de pareja también se enriquecen con las experiencias individuales que tiene cada uno.

Los celos de la pareja son los que coartan la libertad del crecimiento individual de una persona; porque cualquier amenaza externa se vive como una posible pérdida, similar a experiencias de abandono vividas en la infancia, reales o fantaseadas.

La felicidad de una pareja depende de la capacidad de independencia que tenga cada uno, que se logra con el reconocimiento de la propia identidad como personas, o sea cuando hay valoración y aceptación del sí mismo.

La estabilidad interna y la seguridad que genera una identidad firme sólo es posible cuando se ha integrado un vínculo materno sano.

El verdadero amor es aquel que respeta las diferencias y no intenta anular a la pareja, cuando se aprende a compartir pero también a soltar al otro para dejarlo ser.

Fuente: “Los jardines secretos”; Georges Escribano y Josep López,; Ed. Aguilar.

 
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