Quiero dormir contigo sin la urgencia del deseo,
velar tu sueño y decirte lo mucho que te amo
sin que me oigas,
acariciarte entera sin ni siquiera rozarte;
llevarte a los paraísos de mi imaginación
en donde habitas sin saberlo,
saborear la suavidad de tu ternura
y besar esas manos cansadas
de tanto darme vida.
Quiero mirar ese cuerpo, casi de terciopelo,
que tantas veces gozo
y que otras veces arropa mis humores y mis días de tristeza.
Quiero acunarme en ti,
en tus cálidos y solidarios brazos,
que nunca niegan su caridad a este herido,
tan comprensivos que a veces hacen daño.
Me detendré en ti un momento,
aunque quisiera que el aire fuera eterno,
quiero tener tiempo del de verdad
para mirar sin verte
y verte sin mirarte.
Deseo conocer ese espacio
que no conozco de ti
y que es un territorio prohibido
a mi esperanza,
no puedo entrar en él
y vivir contigo esa aventura tan inmensa
que en sueños te hace reír
(¡Qué celos de quien en sueños te arranca esa sonrisa!)
y otras, gemir de miedo.
(¿Quién se atreve a hacerte sufrir de esa manera?)
Quiero ver tu rostro cuando no lo diriges,
cuando no estás pendiente de parecerte a nadie,
ni parecerte perfecta.
Oler el perfume que envuelve tu cuerpo.
¡Cómo es posible que digas que te ignoro,
cuando mi profesión es ya casi quererte!
Quiero aplaudir con besos tus desvelos,
sin que notes lo mucho que te quiero,
¿qué sería de mí si no lo supiera?
Quiero, por fin, amanecer contigo,
tranquilo y confiado
y decirte que este también soy yo
y así... también te quiero.