Tener o no razón
Podríamos estar en el mismo sitio y a la misma hora y vivir experiencias distintas; de hecho, esto es más normal de lo que imaginamos.
Quizás porque lo necesitamos, porque nos hace sentir seguros,
muchas veces nos hace falta pensar que tenemos razón, que lo que vemos y lo que oímos es lo que sucede realmente y estamos dispuestos a defenderlo frente a cualquiera.
Puede que fuera bueno que nos diéramos cuenta de que,
todo lo que percibimos, queda matizado por nuestras experiencias anteriores, por nuestras creencias y por la agudeza de nuestros sentidos.A esto le podemos añadir que es muy fácil engañar a nuestros sentidos; de hecho por internet circulan un montón de engaños perceptivos. Hay más de un experimento en el que, simplemente cambiando el sonido o jugando con los contrastes y los colores,
se consigue que veamos lo que no hay o que percibamos un movimiento que no existe.
Los magos nos engañan porque saben cómo funciona nuestro cerebro; utilizan este conocimiento para confundirnos, para hacernos mirar donde no está la pieza o para ver un movimiento donde no lo hay.
El cerebro tiene esquemas específicos para percibir la realidad, que tienen sus ventajas y limitaciones, no conocer nuestras limitaciones, es precisamente lo que nos limita.
Es un poco como lo que dice el refrán “pedir peras al olmo”. Cuando descubrimos cómo funciona nuestro cerebro, aprendemos a sacar un mejor provecho sin desear que nos dé peras que, además, no son necesarias.
Os contare
una pequeña historia que, por cierto, fue real. esta historia habla de la razón y el funcionamiento de la memoria. Voy con ella:
La anécdota les sucedió a unos hermanos; cuando me la relataron, tendrían unos veintitantos años y se llevaban entre dos y tres años. Ambos recuerdan que, cuando eran pequeños, fueron con sus padres a pasar un día junto a un lugar donde había agua. Lo pasaron muy bien, pero, llegado un cierto momento, se formó una tormenta de verano que les obligó a salir corriendo del lugar. Según dicen, una vez todo recogido y, seguramente debido a las prisas los padres, pusieron el coche en marcha dejando a uno de los niños fuera.La paradoja surge porque ambos aseguran ser el niño que quedó fuera y los dos están ofendidos con el otro por usurpar su lugar. Preguntaron a sus padres y ellos no recuerdan el suceso, por lo que no pueden salir de dudas. Ambos creen tener la razón.
Creo que la experiencia fue real, porque ambos tienen un recuerdo vivo; pienso que los padres no lo recuerdan porque para ellos no fue tan importante, dado que debieron ser segundos lo que uno de ellos quedó fuera del coche. Y creo que, el que quedó dentro, sufrió tanto por el que estaba fuera, que recuerda la experiencia como si la hubiera pasado él.
¿Quién tiene la razón? ¿Los padres que no dieron importancia al hecho?, ¿El hermano que quedó fuera o el que estando dentro del coche lo vivió tan profundamente que se imaginó fuera?
Si tuviéramos la capacidad de ver ese momento, nosotros sabríamos exactamente qué pasó, pero no podemos y, además, si así fuera, puede que diéramos una nueva versión, en este caso, la nuestra.
Os invito a que, la próxima vez que tengáis una discusión con alguien por quién tiene la razón, penséis que puede que existan distintas versiones de la realidad, una por cada uno de los puntos de vista y que, en lugar de enfadaros, intentéis entender los motivos del otro o, como mínimo, simplemente aceptar que es otra forma de ver las cosas.
Puede que esto no nos saque de dudas sobre quién tiene razón, pero casi seguro que nos hará sentir mejor. Por cierto, los hermanos quedaron satisfechos cuando se dieron cuenta de que lo que nublaba la historia era el cariño que el que quedó dentro tenía por el que estaba fuera.
Así, lo realmente importante no es que nos engañen nuestros sentidos, ni que creamos tener razón, sino que muchas veces llevamos la discusión a un extremo en post de nuestra razón que no repara en recursos para demostrarle a la otra persona que la tenemos.
Por otro lado, a veces ponemos tanta vehemencia en esta discusión que podemos llegar a herir a la otra persona sin darnos cuenta, cuando el tema no tiene mayor trascendencia o en el fondo por mucha seguridad que tengamos, en este caso, la razón no nos asiste y nuestra memoria nos falla.