La Cinta estaba muerta! "Dios mío" exclamó. Y
un río de lágrimas se le escaparon de adentro. No puede ser, no puede ser, se
repetía. La Cinta, la única persona que lo comprendía, su promesa, su sol, el
centro de su existencia ... Era muerta! Al cabo de dos días se despertó, había
dormido a causa de las bolitas rojas que se tomó con lágrimas amargas, y
recordó las palabras de la chica misteriosa, pero las sentía lejanas como si
todo hubiera sido producto de su imaginación para culpa de aquellos frutos que
se había tragado. Pero al ver que entre sus manos aún tenía los papeles y el
bolígrafo que ella le había dado, se aferró a la esperanza de que tal vez
aquella chica existiera. Destapó el bolígrafo azul, acercó la punta en la
primera hoja y escribió una palabra. La había escrito poco a poco y le había
salido una letra infantil. Se quedó mirándola y le gustó. Volvió a coger el
bolígrafo y escribió sobre Además, ahora deprisa, palabras que llevaba adentro
desde hacía tiempo y que no podía hacer salir de ninguna manera. Y después de
las primeras palabras sueltas que había escrito, en los días que vinieron,
sintió una fiebre por escribir. Se pasaba los ratos vertiendo tinta en aquellas
hojas que quedaban teñidos de azul. Ataba sus pensamientos a base de palabras
rigiéndose en las reglas de la sintaxis. Lo hacía por necesidad sin pararse a
pensar por qué lo hacía. Las palabras se le amontonaban en la mente, las ideas
volaban y la mano iba deprisa. Y la chica, esa chica que sólo había podido
contemplar una sola vez, se le repetía de manera intermitente, a cada instante,
y en el fondo sentía que era la Cinta, con otro aspecto, claro, pero era ella
quien le dictaba desde donde fuera con esa voz melosa que no había vuelto a
sentir desde que la bombilla se había fundido. Se negó rotundamente a tomar más
bolitas rojas porque quería estar despierto para escribir y también por si a la
chica se le ocurría volver. Pero pasaron los días lentamente y las hojas se le
iban acabando, el bolígrafo estaba en las últimas y la chica no volvía. A
finales se terminó convenciendo de que no existía, que sólo había sido una
fantasía a la que se había aferrado con todas las pocas fuerzas que le
quedaban. Por un momento imaginó que se estaba volviendo loco, y en pensarlo se
asustó porque si podía pensarlo tal vez aquella era la verdad. La chica existía
porque él lo anhelaba, porque la necesitaba ya veces le hablaba por las noches,
cogido en la almohada, mientras se imaginaba que era su melena pelirroja. Le
leía los versos que le había escrito, única fuente de su inspiración. Era la
musa de ojos verdes que había enamorado aquel profesor de literatura, que con
una sola mirada penetrante le había destruido la fuerte coraza que había
tardado tantos días en construir. Se sentía acompañado por ella, la imaginaba
de muchas formas diferentes, salía a pasear cogido de su mano pequeña y tierna.
Fueron días de imaginación constante, viviendo la vida como si fuera una
película eterna, sintiéndose el principal protagonista enamorado del amor, de
aquel amor que había surgido un día en el parque de la infancia. Un amor
absurdo, mental, ficticio, pero a la vez tan real ... Le había puesto miles de
nombres. Como se debía decir? Pero al fin, sólo se le ocurrió llamarla Cinta.
De dónde venía? ¿Por qué había venido? El misterio que la rodeaba la estaba
devorando de vivo en vivo. Un día, sin saber por qué, el grifo dejó de manar el
agua contaminada. Pau, asustado, salió fuera de la caseta con un cubo en las
manos en busca de agua. Rezó para que lloviera. Caminó en busca del río Ebro,
pero estaba desorientado, perdido en medio de aquel paisaje extraño. Tenía la
mente poco clara, aquellas bolitas se le estaban comiendo las neuronas y
pensaba con dificultad. La intuición de que aún no había perdido, le hizo mover
los pies, hasta que encontró, escondido entre unos matorrales, un pequeño lago.
Agotado y cansado de la vida, se desmayó, pensando que había llegado su
momento. Unas manos suaves lo acariciaron con ternura mientras le decían: -
Paz, despierta, no ha llegado tu momento. La muerte aún no te quiere. Pau abrió
los ojos, veía destellos hasta que pudo distinguir la imagen de la chica de sus
sueños. - Cin ... ta -dijo-. - Shhhhttt dijo la chica mientras se ponía los
dedos en los labios-. No soy la Cinta, Paz. La Cinta se ha ido, ya no está con
nosotros, ahora es un espíritu que nos rodea. No la podemos ver, pero ella nos
vigila, sabes? Y nos oye. - ¿Quién eres tú? Como sabes todo esto? - Me llamo
Erato. - La musa de la poesía -dijo él con unos ojos tan grandes como
naranjas-. - Me he escapado de mi mundo para hacerte compañía. El Helicón me
resulta aburrido. He vivido demasiado tiempo allí -rigué- toda una vida. De
cuando en cuando bajaba a la tierra, inspirando a grandes poetas, me divertía.
Ovidio, Góngora, Ausiàs March, Bécquer, Jacinto Verdaguer y hasta el mismo
Shakespeare han pasado por mis manos. Bueno, he estado destinada para ello y mi
trabajo me gusta, claro. - Pero que quieres de mí? - Espera, deja que te
explique. Un día bajé a la tierra para pasear un rato. En un triste camino te
vi, primero caminabas con pasos largos, después creo que te des cuenta de mi
presencia y empezaste a correr hasta que te detuvo en la casa donde has vivido
hasta ahora. Te miraba mientras dormías, me gustaba, parecías un ángel y te
veía feliz. De día, me escondía y te observaba, te veía triste, demasiado y
demasiado triste. Me hacías pena y quería ayudarte. Sacarte de tu sufrimiento.
Por eso me atreví a aparecer y hablarte. Era la primera vez que me dejaba ver
por ojos humanos y estaba nerviosa. No sabía si funcionarían mis poderes. Me
alegré de que me vieras pero mi padre, que es el padre de todas las cosas del
mundo y todo lo ve, me ordenó telepáticamente que me fuera de tu lado. El
obedecí y me fundir la bombilla para que no vieras como te abandona. - ¿Y por
qué has vuelto? - Siempre he estado a tu lado, Pau, desde que te vi por primera
vez, lo único que ahora me puedes ver. He desafiado al padre para verte. Cuando
te has desmayado no lo he podido resistir. He rogado al padre para que me
perdone y aquí estoy. Ahora te he desvelado todo el misterio. Pau se incorporó,
le miró los ojos, aquellos ojos que le estaban diciendo la verdad. - Pero, ¿por
qué a mí? - Me he enamorado de ti, Paz, de tu valentía, de tu esfuerzo para
salir adelante. Te han tocado vivir muchas calamidades en esta vida. - Pero si
no soy nada, yo. Soy un cobarde, me he escondido en esta casa por miedo a que
alguien me encontrara mientras la Cinta moría en algún lugar que ni siquiera sé
-dijo mientras las lágrimas se le desboca como caballos-. - La Cinta fue muy
valiente, Pablo, una bala la atravesó. Sus restos permanecen en el panteón
familiar del cementerio de Tortosa. Pero ella está en todas partes, es un
espíritu juguetón, aún conserva la juventud eterna. - Explícale que la amo y
que me perdone-dijo entre lágrimas-. - No me está permitido hablar con los
muertos. Yo sólo soy fuente de inspiración. Los puedo ver, eso sí, pero no los
puedo comunicar nada. No debes preocuparte, la Cinta sabe que la amas y no te
ha de perdonar de nada. Tú has sido una víctima igual que ella. Una víctima de
esta guerra cruel que se ha llevado muchas almas. - Demasiado! -exclamó Él con
furia-. - Pablo, ven, el agua del lago te refrescará y te calmará las penas.
Dejaron la ropa junto a una roca y se adentraron en el lago. Pau, desnudo, se
sentía libre. Ella le cogió la mano. Pau la contempló, nunca había visto una
chica completamente desnuda. Con la Cinta no había tenido tiempo de hacer nada,
sólo la había acariciado un día en un banco solitario por encima de un vestido
de color lavanda. El día antes de que la guerra estallara, cuando ambos tenían
una vida por delante. El Erato era la personificación de la belleza. Tenía la
cara dulce, redonda, aterciopelada como un melocotón, y las mejillas como dos
rosas. Los ojos eran como esmeraldas de tan verdes que se confundían en el agua
del lago, su mirada también era dulce y inspiraba ternura. Las pestañas
espesas, largas y rizadas, arriba estaban dibujadas una cejas finas y
arqueadas. La nariz pequeño y graciosamente redondeado. Debajo había una boca
pequeña, expresiva y alegre rodeada por unos labios de fresa. Dentro había unos
dientes tan blancos como la nieve, risueñas y muy golosas. Tenía una melena
gruesa, roja como el fuego, rizada y sedosa. Las orejas pequeñas, el cuello
elegante como si fuera un cisne. Los pechos pequeños, de los que caben dentro
de una copa. Las piernas largas y delgadas igual que tenía los brazos. Era muy
alta y desprendía un olor tierna y limpia. Él no podía parar de mirarla, se la
comía con los ojos y sentía que el miembro se le volvía duro y firme. Pero lo
podía disimular dentro del agua. Por un momento se avergüenza porque ella
también lo estaba mirando. Sentí vergüenza de su cuerpo desnutrido, se le
marcaban todos los huesos. Pero ella lo calmó. - Me gustas mucho, Pablo le dijo
al oído como si alguien pudiera sentirse. Pau estaba embelesado, la imaginación
le jugó una mala pasada. Vio la Cinta sonriente, tal y como él la había visto
la última vez, al lado del Erato. Las dos figuras femeninas se iban mezclando
hasta que formaron una sola a sus ojos. El Erato era la Cinta y la Cinta era la
Erato. Nadar en medio de nenúfares y cañas, el agua estaba fresca y pulida. Pau
en bebió, tenía mucha sed, sed de agua y otra sed que no conocía. Y estaba muy
cerca, demasiado cerca para poder calmarla. - Tú también me gustas mucho, Erato
-dijo a la final. Pero pensaba con la Cinta. La luna llena ya había salido y
teñía de plata el lago solitario. El cielo estaba claro, cubierto de estrellas
que se reflejaban en el agua. Fue el Erato, quien, atrevida como era, dio el
primer paso. Él le devolvió aquel beso, con la pasión que manaba de su piel.
Fue un beso largo, ambos bebiendo de los labios del otro, como dos bichitos
sedientas. De repente, un rayo que cayó en un árbol que había en la orilla del
lago los interrumpió. Empezó el incendio. El Erato la cogió fuerte de las
manos, toda asustada y dijo: - Es el padre que me llama, está muy enojado en
mí. Vete, Pablo, vete. Corre y escóndete. Tengo que irme. Y dicho esto las dos
manos el soltaron y ella desapareció rodeada de una niebla espesa. Pau corrió
con todos sus esfuerzos hacia la casa, el corazón le latía con furia. Pasó más
de un año para terminar convenciéndose de que el Erato nunca más volvería a su
lado. Una mañana se despertó con el sonido estridente de una cigarra. Se
levantó rápido y fue hacia la ventana para poder observarla. La cigarra le
miraba mientras movía sus alas brillantes y transparentes con la punta azulada.
Pau sintió la necesidad de su compañía e intentó cogerla acercándole su mano
pero ella se fue volando el cielo con ansias de libertad. Se fijó con el jardín
que había florecido inexplicablemente esa noche. Desde donde se encontraba
podía sentir el aroma de unas flores frescas y jóvenes que coloreaban los
arbustos que él mismo había podado cuidadosamente durante ese último año de
triste soledad. Al contemplar la belleza del jardín le surgió una desgarradora
voz interior que le indicó que la guerra por fin había terminado. Decidió
regresar a su ciudad con un duelo profundo para abandonar aquel paisaje idílico
de inicio de primavera. Con pasos inseguras empezó a descender el camino que
años atrás le había descubierto aquella casa que le había servido de escondite
a la hora que de refugio para su alma. Nada quedaba de la ciudad que él
recordaba ahora completamente destruida. Las imágenes que penetraron su córnea
húmeda le revuelve el estómago. Adentró en medio de los escombros hasta que
pudo divisar su casa que milagrosamente se aguantaba derecha. Una figura
pequeña como una hormiga de tan negra que iba vestida y con la espalda
ligeramente curvada por tantas calamidades que había vivido, la esperaba en el
interior. - Hijo, has vuelto, has vuelto! No hizo falta que le preguntara por
el padre ni por sus hermanos: sabía que habían muerto. Lo vio reflejado en sus
ojos cubiertos por unas cuantas bolsas de sufrimiento duramente encogido. Se
fundieron en un fuerte abrazo. Pau tuvo que trabajar muy duro para salir
adelante durante los años que vinieron. Con una ciudad totalmente arruinada,
sin trabajo y con una lengua impuesta fruto de una cruel dictadura provocó todo
ello que sus sueños se derribaron. Pese a las noches, en medio del sueño
profundo, entreveía los ojos verdes del Erato rodeados por lavandas de
esperanza observándolo pacientemente mientras dormía. Al despertarse volvía a
la realidad y se encontraba solo de nuevo. Nunca más la volvió a ver. La
maldijo en silencio durante cuarenta años largos y pesados donde su deseo quedó
enteramente rasgado. "Me hubiera voy, Cinta, me voy ... El Erato eres tú!
Maldita confusión que tuve en amarla, roedura constante del bombeo de mi
corazón que me acompañaron año tras año. En un lago de color lavanda nos ama
mientras pensaba en la seda de tu vestido. Estabas, Cinta? Te acuerdas del
parque? Me voy a buscarte, Cinta, me voy! No puedo pasar ni un día más sin tu
presencia. De donde sale esta brisa que enamora si no hay mar? Cinta, he
perdido mis versos, escritos prohibidos dictados desde un paraíso lejano.
Engaños de sensaciones, Cinta, el Erato eres tú! Caí de cuatro patas en esta
trampa de fantasías. Sueños de evasión constante por reviure't. Tuvieras una
corta vida pero para mí fue la más plena. De dónde sale este viento cálido si
la rosa que te llevo se ha cubierto de fin escarcha? Me voy, ahora sí, sé dónde
buscarte. La muerte aún no me quiere pero yo sé dónde encontrarte.
Experimentaré una simple metamorfosis mientras siento esta brisa que enamora
... ". Un rasgo sordo rompe el silencio de la noche. El vigilante del
cementerio corre apresuradamente al oírlo iluminando el lugar con la ayuda de
una linterna. Encima de un panteón de mármol quedan los restos de un hombre de
avanzada edad. Un chorrito de sangre comienza a teñir las letras doradas del
panteón. El vigilante puede leer: Cinta Dalmau Torres (1918-1937) descansa
sobre la paz del jardín eterno. "Cerrada durante toda la eternidad. ¿Por
qué no me quieres perdonar, padre? Probé la dulzura de sus labios, néctar de
los dioses más preciados y por eso me castigó. No me arrepiento, padre, fue un
beso efímero pero su recuerdo lo he hecho eterno. Pesada condena que se me
clava bien adentro, aquí, sola y abandonada. Dónde han ido mis hermanas? El
Olimpo ha quedado atrás, lejos del corazón, proscrita y sin lira. Después de
cuarenta años me prometiste convertirme en una flor, padre, para que aprendiera
a apreciar la inmortalidad. De qué me sirve si lo que realmente quiero es
imposible de conseguir? Pablo, qué has hecho, qué has hecho, oh, Dios mío! En
un instante me has huido para siempre! Tus dedos cansados de amarme me han soltado
sobre el mármol helado. Y ahora sólo me queda la memoria del tacto de tus dedos
cálidos sobre mi tallo. Soy un adorno fugaz encima del panteón donde la niebla
me ha regalado hasta cristales que se me clavan más que los pinchos. Al día
siguiente me dessecaré, sí, amarilla, amortiguada y marchita pero no me
arrepiento, padre, y lo sabes. Ni la intensidad de tu rayo pudo quemar su
recuerdo, ni transformar una mínima parte de mi sentimiento. Una rosa blanca
del Helicón, llora, salpicada de sangre caliente al ver lo que ha pasado
".