Una
Noche
Y
se pintó los labios en un acto religioso, para un suicidio falso.
Muerte lujuriosa, placentera. Agonía de besos entre caricias y zigzagueos.
Víbora que afiebra con el veneno de sus colmillos
Masca
la avaricia de sus incontrolados deseos y camina por la ciudad buscando donde
menguar el hambre de su cuerpo.
En
el bar esparce sobre sus labios el trago maquiavélico y el arpa de Dios
comienza a tocar la melodía olvidada de Mozart. Pastoril embrujado que llama a
los excomulgados a ser cómplices de noches alquiladas donde saciar el deseo
carnal.
Ahí
están. Ella sin máscara en los labios, entrega otra de sus noches, al sarcasmo
libidinoso de un extraño.
En sus pezones atesora las ruinas del mundo, el génesis, el Apocalipsis veneran
su carne esculpida en sal.
Ahí
están los desconocidos cuerpos mezclándose entre zigzagueos, sin promesas, sin
eternidad que cuidar. Lujurioso romano sin César. Libidinosa egipcia sin Dios,
carne exterminadora, ansiosa, disoluta.
Carne
unida al consuelo de un dios fortuito, de un dios casual.
Muerde
cada respiro, extermina cualquier perdón. Amazona que busca libertad en el
esclavo. Guerrera nocturna. Gladiadora romana. Necesidad justa de piel contra
piel, labio contra labio, pelos entrelazados que se castigan sin hacerse daño.
Se
acarician los muslos, entre besos, entre mordeduras. Besos abiertos que gimen
en la antesala del placer. De tanto gemido y por tanto roce, un oleaje salado
guillotina la humedad fundida en las entrepiernas, que saturadas nada desean,
nada esperan.
Atenuada
el hambre del cuerpo, se viste perezosa. Complacida me miro en el espejo y me
pinto los labios para esconder otra noche. Noches que no me hacen daño.