Un ring ensordecedor penetra en mis tímpanos y me aparta de mi dulce sueño. Miro el despertador, son las nueve y media. Me levanto como a diario.
“Bueno, un día más” pienso.
Corro la cortina y miro el cielo. El día es gris. “Con el calor que hace en verano días como el de hoy se agradecen”, me digo a mí mismo.
Bajo la escalera dirigiéndome a la cocina para desayunar. El sueño aún pesa en mis párpados. Escojo un bol del armario y lo relleno con cereales y leche. Me tomo el desayuno sentado en la mesa del comedor, junto al silencio, él es mi única compañía estos días.
Recojo el bol y me tumbo en el sofá. Suspiro.
La agonía toca a las puertas de mi alma, viene a visitarme de nuevo. Como de costumbre, mientras me abraza con sus enormes brazos de tristeza, la acompañan sus amigos de mar: un nudo de marinero que se ata en mi garganta y unas lágrimas tan saladas que parecen proceder del mismísimo mar muerto. Las intento retener, pero no lo consigo. Sin prisa, bajan por mis mejillas hasta que se encuentran con mis labios. De golpe rompo a llorar, el silencio se marcha por un rato y deja que el sonido de mis sollozos sea quien me acompañe ahora.
“Tengo de calmarme” suena en mi cabeza. Finalmente me consigo tranquilizar. Cesan las lágrimas, junto con los pucheros. “Voy a tener que superarlo, no sé si aguantaré mucho más así”, pero la realidad es la realidad, por más que duela, y yo sé que no va a ser tan fácil recuperarse de un golpe de tal magnitud.
Mi móvil ha muerto.
“Bueno, un día más” pienso.
Corro la cortina y miro el cielo. El día es gris. “Con el calor que hace en verano días como el de hoy se agradecen”, me digo a mí mismo.
Bajo la escalera dirigiéndome a la cocina para desayunar. El sueño aún pesa en mis párpados. Escojo un bol del armario y lo relleno con cereales y leche. Me tomo el desayuno sentado en la mesa del comedor, junto al silencio, él es mi única compañía estos días.
Recojo el bol y me tumbo en el sofá. Suspiro.
La agonía toca a las puertas de mi alma, viene a visitarme de nuevo. Como de costumbre, mientras me abraza con sus enormes brazos de tristeza, la acompañan sus amigos de mar: un nudo de marinero que se ata en mi garganta y unas lágrimas tan saladas que parecen proceder del mismísimo mar muerto. Las intento retener, pero no lo consigo. Sin prisa, bajan por mis mejillas hasta que se encuentran con mis labios. De golpe rompo a llorar, el silencio se marcha por un rato y deja que el sonido de mis sollozos sea quien me acompañe ahora.
“Tengo de calmarme” suena en mi cabeza. Finalmente me consigo tranquilizar. Cesan las lágrimas, junto con los pucheros. “Voy a tener que superarlo, no sé si aguantaré mucho más así”, pero la realidad es la realidad, por más que duela, y yo sé que no va a ser tan fácil recuperarse de un golpe de tal magnitud.
Mi móvil ha muerto.