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General: EL EGO MASCULINO
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: esperanzaotoñalcaribe  (Mensaje original) Enviado: 17/01/2015 04:43

El ego masculino

Son dueños de un ego que ni siquiera su autoestima al día podría alcanzarlos.   Entonces en cualquier eventual presentación omitirán cualquier protocolo y siempre pero siempre, irán ellos primero.  

Ejecutando con gracia: el burro adelante para que no se espante. Y obviando el consabido las damas primero.

Tienen un instinto belicoso a flor de piel que se agazapa detrás de las buenas costumbres.  Pero que tiene el sí fácil ante la nimia provocación de una mirada desubicada, de cualquiera de los tenores, ante usted O ante él..

A usted la tacha de melodramática si mira novelas o películas lacrimógenas pero usted eche un vistazo de soslayo, para no ponerlo en evidencia, a sus ganas de llorar cuando camiseta aferrada en mano, boquiabierto mira atónito, después de blasfemar como un loco, cuando el equipo de fútbolde sus sueños pierde por goleada en el súper clásico.   

Cualquier episodio será relativizado como una insignificancia después de eso.  Y estará deprimido hasta el próximo cruce de pasiones.  

Son pésimos de enfermos.  Una tos representa para ellos el síntoma inequívoco de una neumonía mortal.  En vez de un simple resfrío común y corriente.  Una simple alergia puede hacerlos depilar al gato o podar todos los árboles a la redonda.

Son eternos niños o me va a decir que cualquier electrodoméstico o cosa eléctrica que tenga como paradero a su hogar, lo estrena usted o algún otro integrante de la casa que no sea él.

Pese a todo, el que tenga un amor...

Pero más vale hombre en mano que cien revoloteando.  La que tenga un amor, que lo cuide, que lo cuide, que lo cuide.  Que aunque los varones sean de Marte y las mujeres somos de Venus, hay una verdad insoslayable, que son irresistibles.  

Que suelen ser los más tiernos del universo cuando nos traen un chocolate.  O cuando nos miran con esa cara de ternero degollado y nos piden perdón, arrodillados.  

Cuando nos besan la mano.  Que son los príncipes azules cuando nos ceden el asiento.  Cuando nos otorgan la más exquisitas de las veladas aunque sean contigo pan y cebolla.  

Cuando a pesar de desafinar como un carnero nos dan serenatas en los oídos.  O desde la calle para decirnos que se olvidaron  por millonésima vez la llave.  

Que no hay osito de peluche que les gane cuando nos abrazan y nos quedamos dormidas en su pecho.   Y ahí entonces olvidamos que a veces suelen ser peor que un Pedro Pica piedra.  

Que a veces son tan torpes como Pierre Nodoyuna.  Y agradecemos que sean un mal tan absolutamente necesario que sería de una imposibilidad total vivir sin ellos.

 

 
 
A lo que ellos enterados retrucan con la misma frase.  Y dicen sueltos de cuerpo, ustedes también.

El reproche favorito de cabecera de un hombre en cualquiera de sus estados, casado, separado, en concubinato o de novio,  es prehistórico.  

Nos culpan de haberles afanado una costilla. Y sin obviar  que por nuestra ancestral falta hemos sido exiliados del Edén, por haber comido la histórica manzana e inducirlos a cometer pecado.  

Nada de gracias ya que por ese desliz nació la humanidad, claro está.  Para que vamos a andar reconociendo algún mérito, después de todo.  

Ergo, encima tenemos que agradecerles por la donación, reconocer una deuda de por vida y ofrecerles disculpas, ya que si no fuera por nosotras todavía estaríamos retozando en el paraíso.  

Eso sí, sufren de cierta amnesia a conveniencia.  Que los hace olvidar por completo, y omiten hablar de  la pobre mujer que los tuvo, a la sazón su propia madre que los parió, a la que estaquean, le clavan un suero en lo más íntimo de la vena y se parte en dos para que ellos nazcan.  

Devuélveme mi costilla...

Lo de la costilla fue de una sola vez y para siempre.  El ritual del parto, en cambio, existe desde el principio de los tiempos, desde que el mundo es mundo y culminará  con el último humano que se pose sobre la tierra.  

Y por más probeta, banco de semen e inseminación artificial que hubiera, la mujer es indiscutible e imprescindible protagonista, arte y parte en el asunto.  

Pero, ellos, estratégicamente hábiles, excusan su discurso en el dicho que las féminas solemos esgrimir; que parir es el dolor más dulce y el más rápidamente olvidado apenas el engendro en cuestión,  que hubiéramos  albergamos con sacrosanta paciencia en nuestro vientre, ve la luz de este mundo.  

Y siguen insistiendo, nomás, con el asunto de que por culpa nuestra siempre les va a faltar una parte imprescindible de su anatomía.  Con el plus y el agravante sumado de la cuestión bíblica  del árbol, la manzana, la serpiente y cuanto ocho cuartos haya revoleando por ahí.  Admitámoslo, para ellos, la culpa siempre es de nuestro absoluto patrimonio.

Mi mamá cocina mejor...

Desde chiquitos, hasta el más calladito, se perfila como un sargento en potencia, con el don de mandar, embutido en la sangre.  Pruebe retrasar nomás saciar su hambre en ese momento hasta la mayoría de edad y hasta en la vejez.  

Y escuchará tronar sus cuerdas vocales participándonos así de la buena salud de la que gozan sus pulmones.  Y si aún duda de esta aseveración, recuerde sus últimos desayunos y almuerzos laborales por quien fue patrocinado.  

A que adiviné, por su jefe, ¿no?  Son expertos en romper desde la paciencia hasta la más perfecta de las dietas.  La alimentación es un tema prioritario en sus vidas.  

Siendo adultos a la hora de elegir su partenaire de turno o definitiva, será una de las condiciones a tener en cuenta que sepa  cocinar.  Si no lo hace, no peque de ignorancia y esté atenta  que cualquiera de las otras podrá tentarlo a sucumbir por el estómago.  

Si su mamá no cocina, sería una gran frustración, con lo cual aprenderá el arte culinario sin más recaudos.  Pero morirse de inanición no figura en los planes de ningún varón.  

En el caso de que estas cuestiones estén dirimidas y tenga un cónyuge casi experta y as, de los manjares, ésta deberá luchar con los dedos inmiscuidos por todas las intimidades de su elaboración y de ella misma.  

Aunque, para ser sinceras, tiene su encanto hacer el amor en la cocina.  Salpimentados de harina y con sabor a quemado porque a esa altura arderán los cuerpos y ya nadie se abra acordado de la manducatoria en cuestión.  

Y él con uno de sus apetitos saciados reclamará la afrodisíaca comida que tuvo el desliz de propiciar las lujurias  entre el fragor de las hornallas.

Problemas de comunicación entre hombres y mujeres

Los ejemplares citados son extremistas de motu propio.  O hablan como loros hasta que como último interlocutor le queda usted y nadie más que usted porque o le cortaron el teléfono y tardan varios segundos en captar que el del otro lado se cansó de gastar pulsos para escuchar un monologo,  o en una reunión se levantó hasta el último mortal sin que él en su discurso apasionado se haya percatado.  

O son introvertidos, de tal manera  que  le susurran a usted  ¿Es mudo?  Porque después del hola, se recluye en su mundo y  no emite sonido alguno, a menos que sea para expresar alguna orden que usted no haya captado por telepatía.  

Eso sí, sepa cuidarse del que no habla porque seguro se fija y en todo.  Y agarrate Catalina cuando ose emitir algún vocablo.

Otra exigencia absolutamente masculina es la de pretender que el harén de sus mujeres, léase, madres, amigas, novias, esposas o amantes, todo el género femenino, bah, sean adivinas y se anticipen a cualquiera de sus necesidades sin que él tenga que hacer el esfuerzo de decirlas. 

Siquiera.  Son campeones de las comparaciones a mansalva, sobre todo la de una con su madre,  la clásica insalvable.  Mamá, sabía cocinar como los Dioses, es lo que pueden llegar a argumentar.  Como diciendo: y a vos, por poco, se te queman el té y el huevo frito.

Nada les molesta más que los interrumpan cuando ellos interrumpieron primero.  Ni que hablar  que los dejen con la palabra en la boca y consultándole al éter después que usted se marchó en medio de una absurda discusión, portazo mediante y dejándolo solo con su razón indiscutible.

Según ellos todas somos charlatanas por deformación de genes. Pero guarda que alguna vez la pesquen callada porque de seguro sentenciarán: diez a uno que estás pensando en otro, vos.  

Ni se les ocurre pensar que se nos atravesó la agenda con la evidencia de todos los compromisos, que alguna siesta o noche apasionada nos obligo a cancelar.



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