Tenía que brotar
el nombre entre los labios
para elevar al aire
amaneceres nuevos.
Dejó caer su aroma
en el campo desnudo,
le aguardaba la tierra
que le fué destinada.
Ahí donde la niebla
se esconde entre los mares
el viento de la noche
arrulló cada instante.
Había signos de fuego
se encontraron los ojos
y crecieron raíces
de sus manos unidas.
Sólo ellos y el mundo
y en el mundo su anhelo
el destino en los sueños,
de sus cuerpos amantes.