Como esa hoja de otoño,
llama dócil a tu viento,
sin inquietudes ni angustias,
que rueda sumisamente
al impulso de tus manos.
Que no pregunta ni sabe;
que va donde Tú la llevas,
perdida, rodando, sola
entre la lluvia y el polvo.
Como esa hoja de fuego
que ha renunciado a su rama
y a la fuerza de su árbol.
Hazme como ella, Señor;
que vaya entregada a Ti,
desprendida de mí misma,
ajena a todo: al camino,
al horizonte, a la sombra.
Arráncame de este tronco
que me impide levantarme.