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El pintalabios cumple 127 años de vida, aunque hace muchísimos más que las mujeres han coloreado su sonrisa. De hecho, ya en la antigua Mesopotamia decoraban sus labios las mujeres, y Cleopatra los maquillaba con cochinilla triturada (de un color rojo intenso).
El primer gesto de coquetería de muchas niñas es encerrarse en el baño y probar a hurtadillas el pintalabios de mamá.
Un pintalabios deja rastro: un beso en una servilleta, un corazón en el espejo del baño, la huella en una copa o una marca en el cuello masculino…
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¿Femenino o frívolo? Para la mayoría, el pintalabios es sugerente y sensual. La reina Victoria de Inglaterra, sin embargo, decía que era el símbolo de la vulgaridad propia de las clases bajas. Aunque fue en el siglo XVI, durante el reinado de la Reina Elizabeth I (antecesora suya), cuando los pintalabios empezaron a ganar popularidad poniéndose de moda los rostros pálidos y los labios intensamente rojos.
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Victoria I de Reino Unido
Las primeras feministas también tuvieron sus diferencias respecto a este cosmético: mientras para unas era un signo de identidad de la mujer, para otras era el símbolo del reclamo sexual y la belleza exterior que los hombres buscaban.
El color por excelencia es el rojo, que le da nombre a la barra: rouge o carmín. Sin embargo, hay colores para todos los gustos: desde el marrón hasta el anaranjado, pasando por el tierno beige, el audaz fucsia, el gótico negro o el dulce pastel.
Grandes divas del cine lo han elevado a los altares: Marilyn Monroe, Ava Gardner, Monica Bellucci o Scarlett Johansson han transmitido su magnetismo, en parte, gracias a unos labios de película.
Hoy en día, los pintalabios brillan, hidratan, protegen, aportan volumen y duran prolongadamente. Nada que ver con las primeras barritas que salieron al mercado hace ciento veinticinco años.
En tiempos de crisis, este pequeño capricho duplica sus ventas. Es lo que ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, y es lo que está pasando ahora. Una mínima inversión para hacernos sentir mejor.