Un recuerdo personal de Julio Cortázar
|
Enviado el Martes, 26 de Agosto del 2014 (14:28:19) |
Este 26 de agosto, el autor de Rayuela cumpliría cien años. Más de una vez anduvo por esta Casa, desde aquí absorbió su "país de los cronopios" y desde este espacio, también, llega hoy el testimonio de quien lo conoció, ya enfermo, en París. Aurelio Alonso fue quizá el último cubano en ver con vida a Julio Cortázar. Luego de haberlo conservado durante años, el actual subdirector de la revista Casa de las Américas comparte sus memorias de aquel encuentro: su "modesto tributo" al argentino, a través de la crónica de un instante revelador*.
Por Aurelio Alonso
Como a muchos en mi generación, la narrativa de Cortázar me impactó desde finales de los años sesenta, gracias a las compuertas abiertas a la literatura del continente por la Casa de las Américas. El recuerdo de mis lecturas y el de las anécdotas de Chinolope y otras relacionadas con sus visitas a Cuba forjaron desde temprano la visión de aquel ingenio poderoso de Rayuela, de cronopios y famas mezclados con las imágenes de la Praga que caminé por aquellos tiempos junto a Hugo Azcuy y Roque Dalton.
Pero fue muchos años después, hacia diciembre de 1983, que llegaría yo a París, designado como consejero político de la embajada de Cuba, cuando ya su vida se desvanecía agredida por una enfermedad implacable, que llegué a conocerle en una única entrevista, muy breve, que hasta hoy me había guardado con celo, como si se tratara de una reliquia. Y quizá no la hubiera puesto en blanco y negro si Roberto Fernández Retamar, con su sensibilidad de poeta verdadero, no me hubiera convencido de que debía compartirla en un testimonio escrito y no perderla en el olvido al que se condena con tanta frecuencia lo que se queda en la dimensión oral.
Carecía yo de experiencia diplomática y llegaba allí después de un trayecto de varios años por los estudios europeos, que siguieron a mi etapa juvenil de docencia universitaria. A un mes de mi llegada a Francia, aproximadamente, el embajador Alberto Boza, que tuvo que viajar a Cuba, me llamó por teléfono desde La Habana para indicarme que visitara a Cortázar y le dijera que Fidel había conocido de su enfermedad y estaba muy preocupado. Y que le invitaba, a nombre de nuestro pueblo, a recuperarse en Cuba, con la atención médica que necesitara, en cuanto sus condiciones se lo permitieran.
Entonces se encontraba Alfredo Guevara en París como embajador de Cuba ante la Unesco y él tenía amistad con Cortázar, se había mantenido al tanto de su salud y le visitaba cuando era posible. Me comuniqué con él de inmediato y le comenté de este encargo, que pensaba que podía él cumplir mejor que yo. Alfredo descartó mi sugerencia pues consideró que me correspondía a mí hacerlo pero, a cambio, me ofreció su ayuda. Era necesario verificar primero si Cortázar estaba recibiendo visitas, para lo cual había que comunicarse con Aurora Bernárdez, su primera esposa, quien se había hecho cargo de su cuidado, ya que su última compañera había fallecido y él se encontraba sin pareja. O con Saúl Yurkievich, amigo de Julio y de Aurora, que era la otra persona más cercana. Preferentemente con Saúl, consideraba Alfredo.
Alfredo habló enseguida con Saúl y me llamó para decirme que podía visitar a Cortázar al día siguiente, que él me esperaría en el vestíbulo de la sala del hospital. Allí nos saludamos y Saúl, muy amable, me impuso de la situación, la cual reportaba una cierta mejoría en aquellos días, que tenían esperanza de que continuara mejorando y que la crisis se estuviera superando. No obstante, me pedía que no fuera una conversación extensa, pues Julio se fatigaba con facilidad. Así fue exactamente: Yurkievich me condujo a la habitación y estuve solamente unos minutos con él, que traté de que no rebasaran lo necesario.
No obstante, en cuanto salimos de la obligada presentación, Julio me preguntó sobre Cuba y yo no tuve otra alternativa que contarle en pocas palabras, en un esfuerzo de síntesis. De la narración pasé, sin dar posibilidad a rodeos, a decirle que Fidel había conocido hacía poco de su gravedad y se había preocupado mucho, encargando que se le transmitiera, y que deseaba invitarle a pasar su restablecimiento en Cuba con todo el cuidado y la atención que necesitara. Le aclaré que, como el embajador debía aun permanecer en La Habana algunos días, durante los que yo le sustituía en la embajada, me había encomendado esta misión, que cumplía además con verdadera satisfacción.
Cortázar, claramente emocionado, me pidió transmitir su agradecimiento a Fidel y la aceptación de la invitación. A Fidel y a los cubanos, decía; desbordaba en gratitud espontánea, de esa que trasluce sinceridad. Su semblante, que no podía esconder su gravedad, tampoco ocultaba su satisfacción. En cuanto su situación de salud se lo permitiera él arreglaría su viaje a Cuba para restablecerse. «Esto no va a durar mucho» –recordaré siempre haberle escuchado– «esto no puede durar mucho, y voy a viajar a Cuba a restablecerme». Una semana después fallecía en París. Su frase, esperanzada, se me volvió dramáticamente premonitoria. La noticia de su muerte retumbó terrible en mis oídos; tampoco he podido olvidarlo.
Unos meses después (creo recordar que al año de su muerte) Alain Sicard, siempre amistoso, me invitó a participar en la Universidad de Poitiers, donde él era profesor, en un panel sobre Cortázar, su vida y su obra, conjuntamente con Yurkievich y con Aurora Bernárdez. Ambos aportaron allí los testimonios de sus estrechas relaciones. Me tocaba a mí hablar de Cortázar en Cuba: recuerdo haberme centrado en el impacto de su narrativa en nuestros intelectuales más jóvenes de entonces, y entre los lectores cubanos, sobre sus publicaciones en Cuba y, por supuesto, de este último encuentro para transmitirle el mensaje de Fidel, y de la sorpresa de su muerte cuando pensábamos que ya experimentaba cierta mejoría.
Por tal motivo mi recuerdo personal de Julio Cortázar está fuertemente marcado por aquel episodio del cual siempre he guardado la satisfacción de que me tocara en suerte transmitirle un mensaje de solidaridad y de simpatía cuando el drama de su enfermedad estaba a punto de acabar con su vida. Ahora que lo he vuelto a extraer de mi memoria para compartirlo de manera más definitiva, me percato de que puede convertirse también en un tributo. El modesto tributo de recordarlo a través de un instante que me parece revelador. Callarlo a la vuelta de los años hubiera sido tal vez un gesto de egoísmo.
(*) La Ventana publica este testimonio gracias a la colaboración de la revista Casa de las Américas, que lo incluirá próximamente en su número 276.
Julio Cortázar, centenario
"Creo que el escritor revolucionario es aquel en quien se fusionan indisolublemente la conciencia de su libre compromiso individual y colectivo, con esa otra soberana libertad cultural que confiere el pleno dominio de su oficio. Si ese escritor, responsable y lúcido, decide escribir literatura fantástica, o psicológica, o vuelta hacia el pasado, su acto es un acto de libertad dentro de la revolución, y por eso es también un acto revolucionario..."
Julio Cortázar: "Algunos aspectos del cuento" (Publicado en la revista Casa de las Américas, nº 60, julio 1970, La Habana) | |
|
|
Votos del Artículo |
Puntuación Promedio: 0 votos: 0
| |
|