Las encuestas marcan, desde hace dos semanas, un fuerte resurgimiento de la intención de voto a favor de la independencia, de cara al referéndum del día 18. El premier Cameron prometió una autonomía mayor que la actual.
Desde Londres
A una semana del referéndum sobre la independencia de Escocia, Gran Bretaña se encuentra al borde del ataque de nervios. En Escocia, los votantes están partidos por la mitad entre el campo del sí y el del no, mientras que en la flemática Inglaterra llaman a enarbolar banderas británicas para convencer a sus vecinos, piden la intervención de la reina Isabel II y caen la libra esterlina y las acciones de bancos y empresas. En un gesto desesperado los líderes de los tres principales partidos británicos –los conservadores del primer ministro David Cameron, los liberal demócratas y los laboristas– viajaron ayer a Escocia para convencer al electorado de permanecer en la unión.
Las encuestas marcan, desde hace dos semanas, un fuerte resurgimiento de la intención de voto a favor de la independencia que el domingo llegó a su clímax cuando un sondeo le dio una leve ventaja al sí. Así las cosas, la coalición conservadora-liberal demócrata que lidera Cameron salió a prometer que si Esocia votaba a favor de la permanencia de la unión con Inglaterra, consagrada hace más de 300 años, obtendría una autonomía mucho mayor que la actual, equivalente virtualmente a un federalismo a la estadounidense.
En una clara afirmación de que la continuidad de Gran Bretaña (Inglaterra, Escocia y Gales) es una política de Estado, la oposición laborista transmitió el mismo mensaje. Su líder, Ed Miliband, instó a los ingleses a que hicieran flamear banderas británicas en una suerte de mensaje de amor, mientras que el ex primer ministro laborista Gordon Brown, escocés de nacimiento, salió de gira para persuadir al electorado con un plan ultrafederalista de 10 puntos que se pondría en marcha un día después del referéndum.
El apoyo de los laboristas es fundamental. Los conservadores y liberales demócratas sumaron un 17 por ciento de los votos en las últimas elecciones en Escocia. Cameron ha cultivado un perfil más que bajo en la campaña, porque los conservadores se han convertido en una marca tan tóxica que son una de las principales armas de la campaña del sí: el acento “posh” del premier bastaría para convencer a muchos. Como dijo ayer el líder del Partido Nacionalista Escocés, Alex Salmond, la visita de Cameron a Escocia es un acto a favor de la independencia. Y no sólo por una cuestión de acento distinguido y arrogante. El Partido Nacionalista Escocés ha llevado adelante una muy exitosa campaña para convencer a los escoceses de que la única manera de liberarse de los conservadores es votando por la independencia, y que el estatal Servicio Nacional de Salud, que ha sido diezmado por la coalición, sólo estará a salvo si Escocia se separa.
En contrapartida, el mensaje del no a la independencia ha sido negativo y complaciente anticipando una suerte de apocalipsis económico o subrayando las enormes dificultades que representa. Estas dificultades existen sin lugar a dudas. Una de las más obvias es qué divisa usaría una Escocia que maneja la libra esterlina desde la unión con Inglaterra en 1707. Igualmente compleja es la cuestión de la deuda pública británica: si Escocia se independiza ¿quién se hace cargo de qué, de lo adeudado por la entidad Inglaterra-Escocia-Gales?
Otro punto de debate es el petróleo. Desde que en 1964 el gobierno británico otorgó las primeras licencias para extraer petróleo y gas, la industria ha invertido más de 700 mil millones de dólares y el fisco británico ha ingresado unos 350 mil millones a sus arcas. El impacto no ha sido sólo económico. Políticamente fue decisivo para el éxito de Margaret Thatcher, que llegó justo para beneficiarse de la explotación, pero también para el crecimiento del Partido Nacional Escocés que pasó de ser una fuerza inexistente en los ’50 (alrededor del uno por ciento del electorado) a una minoría de peso en los 70 (11 por ciento de los votos) y una mayoría en las elecciones autónomas de 2011 (46 por ciento).
El SNP ha dicho que costeará la independencia con una recuperación de las ganancias del petróleo y la conformación de un fondo soberano para administrar sus beneficios. En 2012, Escocia suministró un 67 por ciento de la demanda petrolera británica y un 53 por ciento de la de gas, pero hoy los campos del Mar del Norte se encuentran entre los menos rentables del mundo, y las reservas a descubrir exigirán una inversión gigantesca. Los estudios técnicos al respecto dan resultados según el color con el que se miran. En Londres se calcula que, a fines de década, los ingresos tributarios del Mar del Norte caerán a la mitad, mientras que un estudio financiado por la campaña del sí halló que los ingresos podrían ser seis veces más altos.
El impacto político de un sí es impredecible. Cameron ha dicho que no renunciará, pero su posición política quedará muy debilitada. El nombre completo de su partido es Conservative and Unionist Party: la unionist del título deberá ser tachada por un referéndum que él mismo convocó. Las cosas no son más promisorias para los laboristas. Escocia estuvo siempre muy a la izquierda de Inglaterra y votó laborismo hasta la debacle Blair-Brown-guerra en Irak cuando se inclinó por los nacionalistas. Dadas las peculiaridades del sistema electoral británico, las posibilidades de ganar de los laboristas en las elecciones de mayo se verían muy afectadas. Por último, la negociación de una separación llevará tiempo. “No se va a conseguir de la noche a la mañana y requerirá una ardua negociación. Ni siquiera puede descartarse que el resultado de esta negociación deba ser sometido a otro referendo. Mientras tanto, muchas zonas de Inglaterra, desde Manchester a Londres, se están preguntando por qué no pueden tener la autonomía que el gobierno les está ofreciendo a los escoceses para que no rompan la unión con Inglaterra y Gales”, señaló el columista del vespertino Evening Standard Anthony Hilton.