Desde la acera del mundo
vemos pasar el largo desfile del absurdo.
No logra intimidarnos
su máscara de poder.
Ni los zarpazos feroces
con que guarda su égida absoluta.
Tampoco nos seducen
sus oropeles y comparsas
de dragón bicéfalo.
Con el atardecer
soltamos a volar un barrilete,
su arco iris va pintando las calles.
Caminamos,
hasta que la luna
se ofrece a reemplazarlo,
desmadejando su trenza de colores.
Creemos que otro mundo es posible
un mundo con miradores de sol
en el que las mujeres
podamos vestirnos de sonrisas.
En el que niñas y niños
puedan jugar la misma ronda,
recorrer los prados cantando mil canciones
y bebiendo agua clara de los manantiales.
06/02/2015