No es un simulacro, ni una pesadilla ni una película de terror. Desde el viernes a mediodía, Donald Trump es el hombre más poderoso del mundo. Tras una campaña especialmente sucia y basada en la desinformación, los ataques personales y la banalización de la política, el magnate de los casinos tomó juramento como el 45º presidente de los Estados Unidos. Comprensiblemente, el resto del planeta está aterrado por la ruleta rusa en la que se puede convertir la administración del líder más ignorante, irresponsable y vengativo de la historia de Norteamérica.
Además de su brevedad, el discurso que el magnate pronunció en su toma de posesión brilló tanto por su carácter nacionalista y populista como por la ausencia de gestos conciliatorios, como mandan las buenas costumbres democráticas. También, el sentido común. Trump no sólo se posesiona con la peor popularidad de la historia, sino que sobre su mandato pesa la sombra de la ilegitimidad. Además de haber perdido con Hillary Clinton por casi tres millones de votos y de haber ganado las elecciones gracias al arcaico sistema del colegio electoral, el FBI, la CIA, la NSA y el resto de las agencias de seguridad gringas tienen la certeza de que el Kremlin metió la mano para favorecerlo.
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Consecuentemente, el ícono de los derechos civiles, John Lewis, y otros 40 demócratas de alto nivel decidieron no asistir a su posesión, y en las calles de Washington centenares de manifestantes chocaron con la Policía para impedir el acceso a la investidura presidencial e impedir el paso del desfile presidencial. Si la campaña del año pasado dejó al país dolorosamente dividido la presidencia de Trump tiene todo para echarle sal a la herida y de polarizar aún más a sus comunidades y regiones. De hecho, varias ciudades y estados (comenzando por la próspera California) ya han anunciado que van a oponerse a sus planes de deportaciones masivas y por todo el país se multiplican las invitaciones a la desobediencia civil.
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Pero los progresistas y los liberales norteamericanos no la tienen fácil. Trump llega al poder tras desafiar las encuestas, a su propio partido y a la prensa de todos los colores. También, con mayorías en el Senado y el Congreso, lo que en plata blanca significa que tiene todo para cumplir su promesa de campaña de deshacer el legado de Barack Obama y también de evitar un eventualimpeachment (destitución). Tampoco el resto del mundo, pues aunque nadie sabe a ciencia cierta qué amenazas de campaña se van a convertir en realidad, el hecho de que tras el 8 de noviembre haya continuado sus ataques a México, China, Europa, la prensa desde su cuenta de Twitter acabó la esperanza de que el Trump presidente sea diferente del candidato.
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El mundo está en peligro. La llegada del magnate al poder dispara las posibilidades de un enfrentamiento militar con China, agudiza la crisis de los refugiados de las guerras de Oriente Medio, fragiliza aún más a la Unión Europea y le da a alas a los populistas y a los nacionalistas de todas las especies. Los próximos cuatro años serán una prueba extrema para los logros democráticos de los últimos 50 años.
*Periodista de la Revista SEMANA