Tienen signos secretos de civilizaciones vivas de antaño
los hombres vestidos con turbantes del poderoso azul,
existen sin agua y no mueren de sed en el desierto vivo
porque ellos son hijos de los dioses ebrios de la arena.
Bordan sobre la superficie eterna del desierto inmenso
las caracolas que el tiempo ha dejado entre las piedras,
acarician los destellos de las dunas agradeciendo al aire
al agua del rocío de la noche que apague su sed eterna.
El camello es el hermano en la inmensidad del tiempo
cuando la arena girando en el soplo te torna inhumano,
él me protege del la furia desatada del creador del aire
cuando se arrodilla y me ofrece una sombra protectora.
Somos azules como el bello lapislázuli de reyes eternos
aliados siempre a la sabiduría de sacar agua de la arena,
cuando ese turbante de noche se empapa del roció vivo
que ahoga nuestra sed diaria de la sequedad del viento.
Arena y luz se abaten entre la duna hasta oasis de paz
donde la prisa de velar no cubre el alma de la sombra,
la Jaima y el calor de la taza de té adormece el tiempo
donde el sonido del agua asemeja al canto de su vida.
Autor:
Críspulo Cortés Cortés
El Hombre de la Rosa
28.- de julio año 2019