Existe una solución divina para cada problema humano. Esa solución es liberada gracias a la acción dinámica del confortador del que Jesús habló, que es la actividad de Dios en mí. Dios no está separado de mí, sino más cercano que la respiración —una presencia que consuela y protege, que fluye en mí y como yo para satisfacer cada una de mis necesidades.
Siento consuelo al saber que el poder de lo Divino cobra vida en mi mente y se expresa en mi mundo. La promesa del amor de Dios mantiene mi fe firme. Siento seguridad cuando tengo presente que el Cristo en mí me ofrece todo aspecto de lo Divino: fortaleza, sabiduría, fe, amor, poder y más. Ante cualquier situación humana, recibo consuelo sabiendo que nunca estoy solo.