Debo elegir entre escribir esta despedida por el periódico o ir a la clínica a esperar al pie de la cama a que mi cuñado el pintor Juan Fernando Jaramillo Flórez cierre los ojos y no pueda volver a abrirlos, que es la manera más sencilla de definir a la muerte, ese misterio doloroso y glorioso que cubre a la vez al pasajero y a quienes le tributaron su amor y le despiden en la postrera estación. Allí deben estar Lucy Maya, su esposa y sus preciosas hijas Verónica y Laura; Oricielo y Sofía, igualmente preciosas hijas de su segunda compañera Claudia Martínez; Claudia mi maravillosa mujer y mi hijo Salvador porque Salomé está sintonizada desde Barcelona; sus hermanos Luis Gabriel, más conocido como el poeta Babel Jarales; Clara, quien ha sido fiel y devota acompañante del pasajero de su destino que espera por los altavoces el llamado para partir; Tomás el teatrero de Los Ladrillos quien se recupera de quebrantos pisando las tablas del teatro que es su pasión; Andrés Carne de Res que es una de las maravillas de mostrar de Colombia por su ingenio como creador de mundos innovadores y su vena de triunfante empresario; Esteban, quien logró convertir su Galería La Cometa a punta de tesón y de esfuerzo desde un taller de serigrafías y grabados en la más pujante galería de arte de Colombia con repercusiones mundiales. Con sus hermanos y sus cónyuges están sus sobrinos Nicolás, Natalia, Paloma, Lucas, Esteban Jr, y Matilde; Amalia y Pato; Valentina, Lorenzo, Luciano y Gregorio; Andrés y Simón Henao; Mateo y Gala. Sus tíos y tías y primos y primas. Falto yo, que me he jugado la posibilidad de escribirle este adiós y correr a dárselo personalmente en la clínica, a tres cuadras, con el abrazo definitivo.
Retorno de un viaje por este pequeño mundo y me doy de narices con lo inevitable. Desde hace un año se ha probado con todos los remedios más avanzados del mundo en busca de su curación, con los alopáticos más tenaces y también con los más antiguos y con traza de milagrosos, como los del Sensei. Pero a pesar de que se le dio el tiempo de vislumbrar lo que dejaba del mundo y de especular acerca de la trascendencia y del buen morir, tal como lo había aprendido en sus frecuentaciones de Krishnamirti y de Yogananda, la parca ya le tiene preparada la tarjeta para marcar su ingreso en la eternidad.
Hace un poco más de 30 años que me acerqué a esa familia y he convivido sus esplendores y sus dolores. A partir del flechazo de Cupido entre el viejo Luis Gabriel Jaramillo y de Emilia Flórez vinieron al mundo estas galas, de quienes me enorgullezco como de mi propia familia. Pues creo que los cuñados son hermanos que nacieron en otra casa.
Juan se decidió por la brocha y elaboró cuadros de maravilla que, luego de éxitos relativos, comenzarán a ser valorados por los sabihondos y reconocidos por todos. Es el síndrome de Van Gogh. Deja los cimientos de su casita en Villa de Leyva, vecina de la mía con su hermana, de La montaña mágica. Y sus lienzos trabajados con ácidos potentes que seguramente se le inocularon en su torrente sanguíneo.
No veo cómo terminar este texto para salir corriendo. Recuerdo que era fanático del poeta Vicente Huidobro y le gustaba que le leyera el poema Altazor: “Al horitaña de la montazonte…”, de cuya influencia bautizó a su hija Oricielo. Vivió para dejar testimonio del mundo con su paleta y el mundo ha de ser generoso con su retrato.
Me llaman y para informarme que el artista Juan Fernando Jaramillo Flórez acaba de cerrar los ojos para no volverlos a abrir. Que volvió al polvo de donde vino. Salgo para la clínica, no sin antes decirle por este medio, no solo que le deseo paz en su tumba como reza el lugar común, sino de pedirle que nos ayude a que no sucumba la paz que necesitamos los colombianos que aún gozamos el privilegio de cerrar y volver a abrir los ojos después del sueño. Hermano querido, feliz viaje. Y que vuelvas.