Dos meses y medio después, con un año recién cumplido, a Ainoa ya le salieron sus primeros cuatro dientes, aprendió a caminar sin agarrarse de nada e incorporó a su escaso vocabulario dos o tres palabras nuevas. Diez semanas en la vida de una niña tan pequeña es demasiado tiempo. Desde que la pandemia de la COVID-19 llegó a Cuba, Ainoa ha dejado poco a poco de ser una bebé para convertirse en una traviesa. En ese período, solo ha salido de casa una vez: para una consulta y vacuna de rutina.
En la Isla, ni en medio de la batalla contra el nuevo coronavirus, la atención a los más pequeños dejó de ser prioridad. No se detuvo el esquema oficial de 11 vacunas que protegen contra 13 enfermedades, ni los servicios habituales para embarazadas e infantes, como parte del Programa de Atención Materno Infantil (PAMI). En paralelo, se articuló un protocolo específico para atender a pacientes en edad pediátrica diagnosticados con la enfermedad. Los 220 confirmados como positivos en ese rango han evolucionado satisfactoriamente, y solo 17 permanecen ingresados.
Las autoridades sanitarias recomiendan que niños y niñas se queden en el hogar todo el tiempo posible, reciban pocas visitas y cumplan al máximo otras medidas de aislamiento social para evitar su contagio. De hecho, apenas una semana después de que se detectaran los primeros casos positivos de la COVID-19, se cerraron todas las escuelas y se autorizaron las ausencias en los Círculos Infantiles.
Como consecuencia, desde mediados de marzo, miles de pequeños permanecen en casa, inventando junto a padres y familiares cientos de alternativas para que estos días atípicos transcurran lo más rápido posible. Ainoa, con sus casi trece meses, apenas se entera de lo que sucede a su alrededor. Más allá de pararse frecuentemente en el portal y observar sorprendida lo que pasa tras la reja, no tiene tiempo ni conciencia para aburrirse. Por estos días, experimenta todas las travesuras posibles que le permiten sus pasos recién estrenados.
Para su primo César, de diez años, no es igual. No siempre consigue escapar a la ansiedad que provoca el coronavirus y el encierro. Acostumbrado a pasar los días entre el parque y la escuela, ahora se le hacen demasiado largos. Las teleclases, los animados, los videojuegos y los juegos de mesa no bastan para ocupar su tiempo, pero sigue buscando entretenimientos. Se divierte más que nunca con Ainoa, come más, duerme más, a cada rato pregunta cuánto falta para que todo pase, no se rinde. Sueña con volver a las aulas, ver a sus amigos, pasear. No es el único.
Este es, a la fuerza, un Día de la Infancia distinto. Como ha pasado con casi todo durante las últimas semanas, el coronavirus trastoca posibles celebraciones. En Cuba, sin embargo, algunas cosas no cambian. Incluso desde el hogar, niños y niñas sonríen y hacen sonreír. Con sus peculiares formas de ver el mundo, inventan cómo escapar y sueñan con lo que harán cuando todo vuelva a la normalidad.
Tiempos de casa
Mi celular está lleno de audios y textos de niños y niñas contando sobre sus rutinas y anhelos durante la cuarentena. Le pedí a varias madres que me enviaran las opiniones de sus hijos para este trabajo. Me reí muchísimo escuchándolos. También comprobé par de certezas.
Por estos días, casi todos recurren a entretenimientos similares. Jugar, ver televisión, estudiar, pasar tiempo en el tablet o la computadora, ayudar en la casa, dibujar y divertirse con hermanos o familiares, se repite de uno u otro modo en sus respuestas. Sin embargo, cada uno tiene sus peculiaridades.
Mariana, de 6 años, hija de periodista, ayuda a su mamá a grabar trabajos para la televisión. “Normalmente, soy la teleprontista”, dice. Alex, con 4 pícaros años, camina por la sala tirando fotos como un mini criminalista. Carmen, de 8, alterna ratos entre el Minecraft, las teleclases, los youtubers y su hermana Elenita. Marcos David, de 7, escribe, lee mucho y toca guitarra; mientras, Manuel Alejandro, con la misma edad, asegura que prometió recoger su cuarto una vez a la semana.
En tanto, Julián tiene 5 años y una hermana pequeñita. Habla muy rápido de su último descubrimiento: los tatuajes. Como ya no basta con las hojas y los libros de colorear, ahora dibuja con lápices, agua y jabón, sobre su piel, la de su mamá o la de cualquiera que lo deje. Tiene una lista larguísima de actividades, pero desde su apartamento en un quinto piso, extraña “ir allá abajo”, jugar en el barrio con los amigos.
Su hermana se cuela en el audio para contar de sus aplausos a las 9 de la noche y repetir, en su jerigonza de apenas dos años, la palabra coronavirus. “Nunca antes en la historia de la humanidad una niña o niño tan pequeño aprendió a decir entre sus primeras palabras una tan compleja”, me dice su madre. Tiene razón. Probablemente ella no sea la única.
La COVID-19 también se ha colado en las rutinas de los más pequeños. La primera respuesta de Elena, de 3 años, sobre lo que hace en estos días, lo confirma. “No puedo salir, porque está el coronavirus…”. Luego, da más detalles: “Juego con mis juguetes, con Carmen, con papito, con mamita, con mis unicornios…”. Mientras, Gaby, con 9 años, no solo habla de juegos, guitarras, y tareas en el hogar. Entre unas y otras, dice, escucha siempre al Doctor Durán.
A Diana, de 10, le encanta escribir y me envía un párrafo con muchos detalles. “Estos días he jugado mucho. He montado patines, jugado al golfito con mi abuelo y mi hermana ¡Y soy campeona jugándolo! Jugué también Pin Pon por primera vez. He aprendido a hacer origamis, y le he mandado algunos a la familia que no veo, junto con algunas carticas. Y así le hice un regalo a mi hermana por su cumpleaños con cartulina y colores. También veo las teleclases, hago las tareas y juego con mi perrita. Ahora que estoy en casa de mi papá también me baño en una piscinita pequeña y ayudo a mi abuelo a hacer el desayuno y la comida”.
Mientras, Félix Daniel, con sus 13 años de casi adolescente, tiene otro tipo de hobbies. Navega en Internet, juega en línea, chatea con sus amigos, come mucho y ayuda en la casa. Tanto él como su hermana Gaby y los otros en edad escolar, cuentan sobre los trabajos y las teleclases con las que el Ministerio de Educación suple la ausencia de clases presenciales, tras el cierre de las escuelas. Aunque las alternativas audiovisuales aún tienen mucho por perfeccionar, la educación, al alcance de todos, no se detiene.
Cuando todo pase…
Está claro, el nuevo coronavirus también forma parte de la vida de niños y niñas en Cuba. Incluso desde lejos, cambia sus rutinas, les exige sacrificios, los obliga a aprender sobre cosas que nunca antes escucharon mencionar. Probablemente por eso extrañan la sencillez, la escuela, los amigos, el parque. Cuando hablan de normalidad refieren, sin darse cuenta, las cosas que no les faltan: derechos, seguridad, alternativas.
En Cuba, la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) entró en vigor el 20 de septiembre de 1991, cuando fue publicado su texto íntegro en la Gaceta Oficial. Desde ese momento, los derechos de la niñez y la adolescencia quedaron refrendados en un cuerpo legal. Luego, en el 2001, se ratificó el Protocolo de la Convención relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de estos en la pornografía.
La protección de los derechos infantiles como prioridad se confirma en la nueva Constitución cubana, aprobada en referendo popular y proclamada en abril de 2019.
En su artículo 86, la actual Carta Magna refrenda: «El Estado, la sociedad y las familias brindan especial protección a las niñas, niños y adolescentes y garantizan su desarrollo armónico e integral, para lo cual tienen en cuenta su interés superior en las decisiones y actos que les conciernan».
Marcos David no sabe mucho de leyes o textos constitucionales, pero cuando le preguntan sobre lo que añora de su cotidianidad, confirma todos los espacios a su alcance. Con pragmatismo infantil resume: “Extraño TODA mi vida normal”. Y comienza a enumerar: “Extraño la escuela, mis amigos, la profesora. También, a mis profesores de taekwondo e inglés. Extraño ir a natación en mis días libres y a las maestras de música… Cuando todo pase, al primer lugar al que quiero ir es a la escuela, luego a la playa y el tercero, a la piscina”.
Igual que Marcos David, casi todos los entrevistados hablan de la escuela o el círculo infantil como sitio preferido. Si no se refieren a ella cuando comentan lo que más extrañan de la normalidad, la mencionan como el primer lugar al que irán cuando todo pase. A veces, en ambos casos. Parece poca cosa, pero evidencia que en la Isla la educación es un derecho garantizado. Y los más pequeños la disfrutan.
Diana dice que sueña todos los días con regresar al aula. “Antes me gustaba mucho, pero creo que ahora me gusta más”, escribe. Manuel Alejandro, por su parte, quiere volver para aprender, ver a sus maestras y amigos. Después quiere viajar a San Luis, en Pinar del Río “donde hay un montón de animales y tengo dos o tres casas. Ahí viven mis amigos, mis abuelos, mis bisabuelos, mis tratarabuelos…”, cuenta.
Alex está un poco más indeciso. “A dónde quiero ir primero es al círculo, porque ahí aprendo muchas cosas y tengo amigos. Voy a preescolar, hay una pizarrita y escriben números y animales y todo eso”, dice. Luego, se queda pensativo y añade con picardía: “Primero quiero ir al zoológico, te engañé”.
En esta Isla rodeada de agua, otro lugar que lidera los anhelos de los más pequeños es el mar. Desde Elena que sueña con construir castillos de arena, hasta Julián que advierte sobre una enfermedad reciente por la cual no puede sumergirse, casi todos mencionan la playa como un espacio soñado para cuando todo pase. Ahora más, porque se acerca el verano.
Mariana también quiere ir al mar. Tiene planes bastante claros: “Primero quiero ir al parque que me gusta, cerca de casa de mi abuela. Después, al malecón y como tercer lugar, a España, donde está mi papá porque ahora no lo puedo ver”. A ella, además, el coronavirus de marras le ha pospuesto indefinidamente la fecha de reencuentro con su papá y su hermanito.
En la lista de cosas por hacer de todos estos niños cubanos la amistad también ocupa posición destacada. Cuando todo pase, Julian irá a casa de Humbe y cogerán los patines, Carmen se encontrará con su amiga Lais y Manuel Alejandro volverá a jugar a “las traes” con los compañeros del aula. Mientras, Félix Daniel, que ya está en la secundaria, podrá hacer algo más que chatear con sus amigos.
Escuchar a niños cubanos en cuarentena contando sobre sus deseos para cuando pase la crisis deja, como mínimo, una gran tranquilidad. En nuestro país persisten aún varios desafíos si de infancia se trata. Por solo poner un par de ejemplos, el creciente, pero aún limitado acceso a las tecnologías de la información y las comunicaciones abre un abanico de oportunidades y también de riesgos sobre los que hay que trabajar. El maltrato infantil dentro de los hogares, el acoso escolar y el embarazo adolescente son otros conflictos hacia los que dirigir esfuerzos.
Sin embargo, las largas listas de sueños y relatos de la normalidad de niños y niñas en Cuba, contada por ellos mismos, confirman otra certeza a prueba de coronavirus: su felicidad. Este Día de la Infancia es otra oportunidad para visualizar los pendientes y celebrar lo alcanzado. Aunque, al menos por ahora, lo hagamos desde casa.