Desde siempre ha existido la idea de que el hombre es el
sexo fuerte, el que todo lo puede. Al hombre se le ha enseñado
a ser “mejor que la mujer”, y de forma consciente o no, se le
ha enseñado a vivir en una constante competencia con la mujer,
dentro y fuera del hogar, “porque es él quien lleva los pantalones”,
y muy difícilmente acepta que la mujer es tan capaz o más que
él en los diferentes terrenos de la vida diaria.
En un clásico estereotipo de los lugares de trabajo, los hombres
suelen competir agresivamente con la mujer, les cuesta entender
que la mujer colabora tanto o más que ellos. Pero en años recientes,
las mujeres se han aventurado, entre otros sitios, en el mundo de
la economía, la cual es muy competitiva. Pero en general,
pareciera que el hombre es más competitivo, lo que también
se clasifica como más desafiante o más atrevido.
En un negocio que parece ser rentable, el hombre no lo piensa mucho,
se lanza a la aventura mientras que la mujer estudia cuidadosamente
su patrimonio y lo protege, siempre pensando en la seguridad de
sus hijos, o simplemente en no caer en deudas que van en
contra de toda una familia, por esta razón es más precavida para
efectuar o empezar una empresa o proyecto, por atractivo que este sea.
Por norma general siempre pensamos que en las labores que
requieren de fuerza el hombre es el más indicado para ejercerlas,
es tomado simplemente como la naturaleza de sexos, sin
embargo la idea de que algunas tareas eran delegadas sólo
para los hombres son cosas de un distante pasado en que las
características de fuerza física eran más importantes para la
habilidad del hombre de sobrevivir y reproducir más que la mujer.
Aun así, en algunas sociedades hemos sido criados y enseñados
a obedecer ciertas normas que no deberíamos desafiar, desde
una edad temprana las niñas son vestidas con color rosado,
nos enseñan a leer “historias de princesas”, nos enseñan
que la agresión y ser asertivas no son actitudes aceptables
en la mujer; mientras tanto a los varones se les recuerda a
cada momento “no jugar como si fueran niñas”, “sólo las
niñas lloran”, y se les instruye como regla general en un
deporte, por ejemplo a “jugar más agresivamente”.
El ejemplo del hogar:
Cuando la madre no trabaja, la figura paterna es vista como
el que gana el sustento diario, el que se esfuerza para
que no falte lo necesario para su familia; poca o nula atención
se le pone al importante rol que la madre desempeña en todo
esto, la mujer trabaja a la par del hombre para que todo se
ajuste, la mujer debe cuidar de los ingresos para que estos sean
suficientes y los gasta cuidadosa y equitativamente. Se escucha
muy a menudo a la madre decirle a sus hijos, “cuando tu papá
venga le voy a decir que te has portado mal”, no precisamente
porque sea incapaz de educar y disciplinar y a los niños, sino porque
sigue pensando que el hombre es la cabeza del hogar, cuando en
realidad los dos luchan por mantener un ambiente agradable para
sus hijos, el hombre en su campo de trabajo y la mujer desde la
casa con sus múltiples tareas. A una madre que lleva y trae a
los niños de la escuela durante la semana se le ve manejar el
auto para estos menesteres, pero el fin de semana o en los
paseos es el hombre quien conduce el mismo auto, porque no
puede permitir que lo vean en el asiento del lado del chofer,
porque él es “quien tiene más experiencia”.
En algunas culturas la mujer es considerada de mucho menor valor
que el hombre; el hombre trata de mantener ese estatus,
“compitiendo” con la fuerza bruta en contra de la mujer que
debe hacer lo que él dice, cuando él lo diga y cuando él lo
ordene. Se asegura de diferente formas que no exista quien
compita con él, mucho menos la mujer. Muchos hombres
consiguen lo que quieren con sólo dar un grito que hace temblar
a la mujer. Si tan sólo el hombre aceptara que no hay competencia,
pero si hay formas de desarrollarse en los diferentes campos de trabajo
y de vida ambos sexos por igual; un hombre podría escoger ganar
dinero por medio de una competencia de boxeo, mientras tanto la
mujer gana su dinero de una forma más delicada, se cuida las uñas,
cuida su imagen física para sentirse cómoda en un trabajo de
oficina o de fabrica donde gana por producción; mientras el
hombre se pone la corbata y el abrigo para asistir a las reuniones
de trabajo, la mujer se viste de paciencia y se queda trabajando
en la casa para que cuando él regrese encuentre todo en su lugar
y de paso encontrar a la esposa oliendo
a limpio y luciendo linda.
El hombre es más competitivo, sí, porque necesita sentirse
fuerte, necesita saber que es capaz; la mujer no es competitiva,
la mujer sólo cumple su misión y lo hace eficientemente,
sin necesidad de demostrar que no es el sexo débil,
sin necesidad de competir con el hombre, pero el hombre
necesita constantemente demostrarse a si mismo, demostrarle
a otros y al mundo entero que sigue siendo el “sexo fuerte”
lo que lo hace vivir en un constante e inagotable mundo competitivo.
¿Tú qué piensas, es el hombre más competitivo?
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