Todo debiera ser diferente.
Pero las cosas son como son: Ya no vivimos en el Edén,
ya no paseamos con Dios por las tardes de otoño, el sol
tiñendo de rojo nuestras espaldas mientras las hojas de
los árboles se mecen a Su paso, en silenciosa adoración.
No podemos levantar los ojos y ver los suyos brillando
con cariño y humor, ni podemos oír su profunda voz
preguntándonos qué tal hemos pasado el día.
“Un día maravilloso”, diríamos.
Pero todo eso ya pasó. Se arruinó.
Y ése es el drama de nuestra vida.
Y ya no podemos oír a Dios, ni ver su rostro.
Ya no podemos oír su ronca voz.
Y el mundo se ha vuelto feo, y nacemos con un hueco en
el alma. ¿Quién llenará ese hueco? ¡Dios mío, me han quitado a Dios!
Y vivimos nuestra vida intentando sobrevivir al trauma lo
mejor que podemos. Procurando ser felices, procurando tapar
de alguna manera ese hueco sangrante. Nos han quitado a Dios.
Y al momento de nacer comenzamos a morir. El bebé llora
desconsolado. Algo no anda bien. Esto que siente no
es normal. Sigue llorando, bebé. No es para menos.
Y vivimos una vida para la que no estamos preparados. Para
la que no fuimos creados. Sintiendo miedo. Sintiendo
vergüenza. Sintiéndonos indignos, carentes de valor.
Perdidos. No, no fuimos creados para vivir así.
Perdidos. Inseguros.
Y de repente experimentamos dolor. Horror. Sufrimiento.
Y vivimos la vida intentando suplir la alegría que nos falta.
Porque no es natural, este dolor. No es normal, este miedo. Esta vergüenza… No, no es así como debería ser.
Pero Dios también sufre. Esperad, que voy. Os
quiero tanto. Os echo de menos, mis criaturas.
Y de repente, Emmanuel, Dios Con Nosotros.
Y Dios Con Nosotros empieza a deshacer todo lo malo.
¿Te duele? Ven a mí, mi vida. ¡Pero si estás sufriendo!
¡Mi padre nunca quiso que esto fuera así! Acércate a mí,
que soy tu consuelo. Confía en mí. Shh, calla. No pasa
nada, yo me encargo de todo. Eres estupendo. Eres
maravillosa. Tranquila… no volverás a tener sed.
Y la enfermedad se va, y el miedo se disipa. Y la angustia
desaparece, y la desolación se olvida… ¿y qué queda? Paseamos
con Jesús y el mundo empieza a ser como debería ser.
Hermoso.
Y Dios Con Nosotros habla. Os prometo, juro por mí mismo,
que os amo a más que nada en el mundo. Sólo quiero que
seáis felices. A partir de ahora todo será diferente, porque
me llevaréis en el corazón. No volveréis a estar solos ni perdidos.
Brindemos por este nuevo acuerdo. Vino y pan para celebrar.
Y cuando llega el momento sucede lo innombrable.
Dios Con Nosotros se deja matar.
Porque nos echa tanto de menos. Porque no fuimos creados para estar separados.
Pero la muerte no le retiene. ¡Ha vuelto,
y el mundo estalla de alegría!
Y aunque debe irse, ha tendido un puente. Venid a mí, mis
criaturas. Ahora sí hay una manera. ¡Ya podemos estar
juntos! Recordad por lo que brindamos. Me llevaréis en el corazón.
Y viene Dios El Consolador, y ya no estamos solos. No, ya no estamos solos. ¿Pero cómo es posible?, preguntas con sorpresa. Hay
luz donde sólo había oscuridad. El miedo
ha desaparecido. Tienes ganas de reír.
…
Y a veces nos parece verle, quizás un poco borroso,
tras una ventana golpeada por la lluvia. Y a veces podemos oírle. Su voz suena a lo lejos,
pero se va acercando. ¡Ya voy! ¡Ya queda poco!
Y llega la hora.
Y cerramos los ojos una última vez. Y el mundo vuelve
a ser hermoso. Y el agujero sangrante en el alma desaparece.
Y levantas los ojos y Dios, con entusiasmo, te da la
bienvenida. Un abrazo gigante. Tenía ganas de ti.
Y paseas por la playa con Él de la mano. Había tanto
que no comprendía. He sufrido mucho sin ti. Y Dios te mira con esos ojos penetrantes que lo revelan todo. Y tu corazón se desboca de alegría.
Y todo está bien.
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